Hola compañeros:
Siento mucho no haber podido asistir a la última sesión por una avería de última hora en el coche. Seguro que todo fue bien como en las anteriores. Aprovecho para agradeceros vuestra bondad y el aprovechamiento del curso, de forma particular a Teresa, por todo lo que he aprendido.
Un fuerte abrazo a todos.
"Taller de Escritura Creativa" del CEP Huelva - Isla Cristina. Impartido por Teresa Suárez.
jueves, 14 de mayo de 2015
martes, 12 de mayo de 2015
HAIKUS O NO HAIKUS ¿?
MADRE
Me gusta verte
cuando meces al niño
entre tus brazos
Niño con suerte
Se amamanta contigo
Tú eres su lazo
El día que vuele
querrá que tú lo mires
y lo consueles
LLUVIA
De algodoncitos
se me ha llenado el cielo
la lluvia cae
RAMA CAÍDA
Se murió pronto
la rama del olivo
ya no está verde
Cayó en el suelo
me la llevo conmigo
ya no se pierde
PAJAROS
Motitas negras
van volando en el aire
pían con fuerza
CIRUELAS
Entre las hojas
hay perlas amarillas
con huesos dentro
HOJAS DEL ÁRBOL
verdes, temblando,
sujetas a la rama
no quieren morir
Pepa López Ríos
Mayo 2015
lunes, 11 de mayo de 2015
viernes, 8 de mayo de 2015
Spring is here
¡Qué olor a café!
¡Qué preciosa mañana!,
con tu sonrisa.
Brisa salina:
agitas el recuerdo
de su dulce cuerpo.
La primavera
camina junto a mí,
sin encontrarte.
Rojo atardecer,
sin tu mano en la mía;
llega la noche.
¡Qué preciosa mañana!,
con tu sonrisa.
Brisa salina:
agitas el recuerdo
de su dulce cuerpo.
La primavera
camina junto a mí,
sin encontrarte.
Rojo atardecer,
sin tu mano en la mía;
llega la noche.
jueves, 7 de mayo de 2015
PASOS
RELATO construido sobre la mirada de la pintura:
Habitaciones junto al
mar, de Edwar Hopper
PASOS
Era día de fiesta y Adela no tenía que ir a trabajar. Había
estado toda la noche despierta deambulando por la casa: ahora un café, luego un
cigarrillo, después muchas lágrimas…Prácticamente la misma rutina desde hacía
ya demasiado tiempo. A sus casi 62 años, estaba a punto de jubilarse y, aún
seguía sin ver nada claro desde el ventanal de su mente.
Sí, es verdad que había conseguido por fin dar el gran salto,
aunque ahora se le antojara más bien un gran abismo. Pero aquella casita recién
alquilada sería, de momento, el refugio desde donde asomarse, tratando de
buscar ese mundo que nunca tuvo y tanto necesitaba.
Cuando la noche anterior había dejado la maleta en el
dormitorio, no se había percatado exactamente del espacio. Sin embargo; al
recibir el día, comprobó que era un lugar luminoso, aunque no le gustara
especialmente el mobiliario. Se sentó en el sofalito rojo que le parecía un
poco ridículo y bastante incómodo, por cierto. Esas patas torneadas de pitiminí
no iban para nada con su sencillez. Y luego, estaba ese tapizado de terciopelo,
que casi no podrías mirar en Agosto porque el calor comenzaría a arrebolarte el
cuerpo entero. Tal vez, pudiera colocarlo en otro cuarto para no verlo al pasar
por el salón, y comprar un cómodo sillón donde poder leer tranquilamente. Pero
entonces, estropearía también el decorado de la otra estancia y, si algo le
disgustaba enormemente, era pasear la mirada por espacios abarrotados y sin armonía. Además, esa
situación le haría volver a toparse de bruces con el desorden gris mugriento,
que había dejado atrás y que tanto la había hecho padecer. Sin embargo, tampoco
tendría por qué suponer un problema aquello. Eran pocos tiestos los que había,
así que podría combinarlos sin hacer estragos decorativos y comenzar a crear un
mundo nuevo en el que disfrutar con su propio silencio. Lo importante, lo trascendental para ella, era
que estaba sola y con ansias de comenzar a vivir.
De pronto, al levantar la vista desde donde estaba, reconoció
aquel rostro de semblante serio y apretado, apoyado en el extremo del aparador
de madera, que la observaba fijamente.
Un escalofrío recorrió todo su cuerpo y apartó la mirada con brusquedad.
Estaba dispuesta a admitir que la imagen de él pudiera perseguirla durante un
breve tiempo, pero lo podría sobrellevar. Había tomado la firme decisión de
resistir y no tolerar nunca más que la atemorizara. Irguió todo su cuerpo para
relajarse y se levantó con total resolución.
Fue entonces, cuando se percató del montón de libros que
estaban perfectamente alineados encima del mueble y, recordó que los había
puesto ella misma en cuanto el
propietario de la casa se marchó. Lo había hecho de manera autómata. Había
abierto la maleta y, cuidadosamente, los había ido colocando uno a uno,
acariciando con sus manos cada cubierta y rememorando aquellas historias
encerradas que la habían ayudado a sobrevivir. Después, giró dispuesta a seguir
inspeccionando todo el territorio y entró en la sala contigua.
No tuvo más que avanzar dos o tres pasos, para emprender un
viaje sin retorno. Sintió en su cuerpo todo el calor del sol con vehemencia, y
el entusiasmo se fue apropiando de ella hasta lograr centellear sus ojos.
Pasó revista con el dedo a la piel tersa, lisa y regular de
la pared y pudo comprobar cómo la suya iba tomando también un aspecto raso y
pulimentado, dejando atrás los viejos surcos que el sufrimiento había ido
instalando con el tiempo. Dejó caer todo su peso sobre ella y poco a poco, ya
sin penuria, martirio ni congoja, se descubrió sentada gozando del momento.
Alrededor todo brillaba, irradiaba esperanza y era
transparente. Y frente a sí, tenía la realidad. Un mar inmenso sereno y
bonancible, la saludaba y se presentaba ante su vida, desembrollando con su
aroma a sal, todo un vía crucis de pena y de tormento. La suave brisa era
inobjetable y por supuesto ¡como no!, pasado un rato, terminaría retocando el
cutis seco, con una fina capa de gotitas que bajarían por la cara refrescantes.
Así, de esta manera apacible y evidente, sintió cómo empezó a
finiquitar el lastre amargo y se notó empapada de un futuro cierto, sencillo,
obvio, rotundo y concluyente. Y por primera vez, en mucho tiempo, supo que estaba
contemplando el rostro de la libertad.
Pepa López Ríos
26 Abril 2015
ESCENA FINAL
Caminando hacia el final del curso tuvimos ayer una parada para el teatro. Toda una gozada de tarde relajada ya que tras unas breves instrucciones tres intrépidos grupos se pusieron a crear una obra teatral. En la imagen arriba aparece uno de los grupos en la lectura de la misma. De todo hubo: reivindicación, humor...lo pasamos muy bien.
Para la próxima semana os dejamos una nueva propuesta de trabajo: una batería de escenarios posibles para ambientar una obra de teatro (un parque, una iglesia, una granja...), una batería de épocas (o momentos) sobre las que construir esa obra (a lo largo del día, en la postguerra, en el Renacimiento, en las diferentes estaciones) y por último una batería de personajes para intervenir en esa obra teatral (una kiosquera, un maestro, una cirujana, un padre de familia...). Sólo queremos tres listados, no hay que crear ninguna obra teatral... a no ser que queramos hacerlo. ; )
¡Buena semana!
miércoles, 6 de mayo de 2015
SOL DE OTOÑO
Relato para un cuadro: mujer sentada en la cama, frente a la ventana
"Me despertó el alba, sentándome en la cama dejé que el tibio sol de septiembre reconfortara mis doloridos músculos. El cielo azul de esa mañana ponía la nota optimista a mis grises pensamientos.
Me quedé quieta, inmólvil, concentrada, intentando con todos mis sentidos evocar el sueño que me había perseguido esa noche extraña.
Notaba mi cerebro como un queso gruyere, por cuyos agujeros se escapaban mis recuerdos como se escapa el agua por los desagües y yo, como si tuviera una red cazamariposas, corría tras ellos antes de que cayeran por ese pozo sin fondo. Me empleé a conciencia y así logré capturar algunos, aquellos que se habían quedado enredados entre mis neuronas y que se resistían a abandonarme.
Notaba mi cerebro como un queso gruyere, por cuyos agujeros se escapaban mis recuerdos como se escapa el agua por los desagües y yo, como si tuviera una red cazamariposas, corría tras ellos antes de que cayeran por ese pozo sin fondo. Me empleé a conciencia y así logré capturar algunos, aquellos que se habían quedado enredados entre mis neuronas y que se resistían a abandonarme.
Puse atención y capté retazos inconexos, fotogramas sueltos, piezas de un puzle que danzaban un baile macabro y que se negaban una y otra vez a formar la imagen completa.
Vinieron a mi, como envueltas en brumas, palabras quedas dichas al oido, el olor de una piel amiga, unos ojos semicerrados que miraban mis labios con deseo, la risa cómplice de dos bocas, el rastro de un dedo suave recorriendo mi cuerpo como si ese fuera su hogar, el hogar al que volver después de cada batalla...
Vinieron a mi, como envueltas en brumas, palabras quedas dichas al oido, el olor de una piel amiga, unos ojos semicerrados que miraban mis labios con deseo, la risa cómplice de dos bocas, el rastro de un dedo suave recorriendo mi cuerpo como si ese fuera su hogar, el hogar al que volver después de cada batalla...
De pronto, los fotogramas formaron la película, las piezas del puzle detuvieron su juego y una tras otras fueron encajando y ocupando su lugar en el tablero.
Entonces lo vi, supe quién era, reconocí al instante su rostro amado. Cerré los ojos muy fuerte, para que no escapara nada, cómo si, con ese simple gesto, pudiera retenerlo a él también.
Entonces lo vi, supe quién era, reconocí al instante su rostro amado. Cerré los ojos muy fuerte, para que no escapara nada, cómo si, con ese simple gesto, pudiera retenerlo a él también.
Susurré su nombre y lo maldije en silencio, después, lloré, lloré como si no hubiese un mañana."
lunes, 4 de mayo de 2015
UN NUEVO LIBRO
OBRA
ELEGIDA: MUJER SENTADA EN LA CAMA, MIRANDO POR LA VENTANA.
UN
NUEVO LIBRO
Bueno, aquí está
ella. En el nuevo piso que le ha costado tanto encontrar. Después de
haberlo pensado mucho, y haber buscado más aún, se había marchado
de su antigua casa. Demasiados recuerdos en su casa, la que compartió
con sus padres. Su padre había muerto hacía solo un par de meses, y
su madre tres años atrás. Aquella casa estaba llena de recuerdos de
su infancia, pero también de condicionamientos absurdos, de
expectativas imposibles de cumplir y de obsoletos preceptos morales
que no quería contemplar.
Ahora, después
de su primera noche en aquel nuevo hogar, miraba por la ventana
abierta de par en par, el sol relucía fuera, la ciudad se oía ya
llena de vida. Sentía que su vida era hoy como un libro en blanco
que ahora le tocaba empezar a escribir, una vida nueva, pero ese
libro no era completamente nuevo, ese libro formaba parte de una
serie, tendría que tener cierta coherencia con los anteriores, ¿o
no? ¿Se atrevería a romper con lo escrito anteriormente? ¿ A
acabar con lo anterior?
Estaba decidida a
salir a buscar un trabajo esa mañana. La hermosa mañana parecía
invitarle a ello, con una promesa encubierta de que tendría suerte,
de que los dioses le eran favorables.
La tarde anterior
había conocido a dos de sus nuevos vecinos. Una de ellas era una
anciana, se la topó en el ascensor, era una señora alta y elegante,
con vestimenta pulcra e impoluta y maquillaje perfecto. A pesar de su
apariencia altiva a primera vista su amplia sonrisa denotaba un
carácter afable y servicial. Enseguida le preguntó si se mudaba al
edificio, le preguntó su nombre y se presentó, y después de una
breve charla se despidieron con el acuerdo de tomarse un café
pronto.
Otro de los
vecinos que había conocido no había sido tan revelador y abierto,
pero sí prometedor. En la puerta justo al lado de la suya vivía un
joven, lo vio salir al tirar la basura, llevaba un pequeño perro
blanco atado a una correa. Era guapo, no demasiado alto, murmuró un
tímido 'buenas noches' al salir. Algo en su rostro resultaba
intrigante e interesante a la vez. Jugó a adivinar cosas sobre él,
tenía dos hermanas mayores, él era el menor, vivía solo,
seguramente le encantaba viajar y aprender idiomas. Su boca esbozó
una sonrisa, qué tontería. Sí, era prometedor.
Cogió impulso y
se levantó de la cama enérgicamente, se dirigió al armario y cogió
su mejor vestido, dispuesta a arreglarse y a salir, a comenzar a
escribir este libro.
Laura Dávila
Vicente.
EVOCACIÓN
EVOCACIÓN
Era un 31 de agosto de un verano
poco caluroso cuando llegué a la estación de autobuses de una ciudad
cualquiera. Mi nuevo trabajo me había traído hasta el otro lado del mapa.
Delante de mí se presentaba un año con novedades de diversa índole. Mi vida de
antaño se despedía sin ninguna intención de volver. Atrás dejaba una seguridad
conocida para adentrarme en un futuro incierto por el que aposté con los ojos
cerrados desde una perspectiva de un hartazgo sin horizonte.
Mi autobús iba en dirección al norte
de la provincia. El recorrido se presentaba tedioso. Las montañas que
custodiaban la larga autovía te mostraban un paisaje árido. Su acritud
desmoralizaba. Vivir era una suerte de supervivencia. La vegetación era un digno
ejercicio de creación.
Llegamos de noche a un pueblo seco,
solitario y distante. La humanidad se percibía sumergida en su propio cuerpo
sin capacidad de salir a las calles. Un viento se levantó de improviso,
trayendo polvo de bienvenida aderezado con la sequedad del ambiente.
En el primer día de trabajo nos
presentamos con la normalidad requerida para el caso. No me produjo más
atracción que otra compañera. De estatura mediana, delgada, pelo castaño
recogido, ojos marrones, nariz puntiaguda, labios finos, tez blanca, manos diminutas.
En una primera impresión me pareció una persona con una inteligencia llena de
coherencia. No hablamos demasiado. Mis ojos hacían su trabajo proyectando
miradas escrutadoras hacia su rostro. Sonrió alguna que otra vez.
En el transcurso de las jornadas
fuimos estableciendo una relación más estrecha. La timidez recíproca permitió
nuestro acercamiento. Descubrimos gustos y formas de ser. Nos sentíamos a gusto
uno al lado del otro. Las inquietudes compartidas nos hicieron intimar.
El
calor seco atrasado del estío nos invitó a ver una puesta de sol al lado del
silencio espumoso del mar. Sentíamos el aliento apresurado de ambos por ser
uno. La luz acuosa de sus ojos me guió hacia sus labios húmedos de ganas. Son
las cuatro de la tarde permaneciendo en su habitación
tumbados sobre la cama nada familiar. Mis ojos la miran imaginando cómo
recorrerla, toda su piel tostada por quien la acarició con anterioridad sin
prisa con aquiescencia. No consigo atraparla, retenerla, hacerla parte de mí,
llevármela conmigo sin ser mía, estarla sin poseerla, que sea parte libre de mi
prisión. Adelantamos la despedida compartiendo cada momento aparentando no
aceptar lo que no se puede evitar. Cierro los ojos sumergiéndome en un sueño
que despiste al viaje sin su presencia.
Hoy somos ecos de un pasado que se
resiste a marchar y no hace daño.
Imagínatela como quieras, seguirá en
ti aunque no quieras.
sábado, 2 de mayo de 2015
CONTEMPLAR PARA CREAR: HAIKUS
La pasada sesión estuvo dedicada a la poesía: un lujo, tanto que apenas pudimos saborearlo...se nos pasó volando nuestras tres horas con tanto material como hay tratar este tema. Cada uno/a trabajó una técnica y nos la explicó al resto en una ronda posterior, también vimos poesía visual. Nuestra propuesta de trabajo consiste en realizar dos o tres Haikus para esta semana, así que a relajarse y a contemplar para crear!
Aquí van los enlaces que trabajamos en clase, ¡buen provecho!
http://pvcontravg.blogspot.com.es/
jueves, 30 de abril de 2015
DRINKING AGAIN
Imagen: Nighthawks, Edward Hopper.
-Aquí estoy, bebiendo de nuevo, sin saber bien por qué.
Me gusta esa chica del vestido rojo, que está con ese tipo. ¿Se habrán conocido
esta tarde? ¿Llevarán mucho tiempo juntos? ¿Se quieren de verdad, o sólo están
pasando el tiempo? A lo mejor ella es una puta. ¿Quién sabe? No se lo voy a
preguntar.
Y yo, ¿qué estoy haciendo aquí? Ah, ya; estoy bebiendo de
nuevo. Siempre la misma historia. ¿Y si tú aparecieras aquí de repente? ¿Y si
entraras por esa puerta, y avanzaras hacia mí sonriendo? Pero eso es sólo un
sueño. El mismo sueño de siempre.
-¡Camarero! ¿Qué le debemos?
-Han sido dos cafés, 80 centavos.
-Aquí tiene. Buenas noches.
-Buenas noches, señores.
-Eh, por favor, no se vayan. No me dejen aquí solo. No
quiero estar aquí solo bebiendo… ¿Qué habrían pensado de mí si les hubiera
dicho eso? “Un pobre borracho”, habrían pensado. Ahora se van por su camino.
¿Se quieren, o simplemente están juntos para pasar el rato? ¿Se conocen desde
hace mucho, o se han encontrado esta tarde? Al menos, ellos no están solos, ¿o
tal vez sí? ¿Quién no está solo?
Yo estoy aquí bebiendo de nuevo. Y ahora mismo, en esta
barra de este bar absurdo en medio de la ciudad dormida, sé que soy un estúpido
pensando que a lo mejor podías entrar ahora por esa puerta. Así es que voy a
pedir otro whiskey.
-¡Camarero! Por favor, otro whiskey.
No quiero compadecerme de mí mismo. Me tomaré esta copa y
me iré a casa. No quiero que ahora entre alguien y piense que soy un pobre solitario,
y se compadezca de mí. ¿Por qué tendría que hacerlo? Al fin y al cabo, todos
estamos solos, y aunque estoy aquí, perdido como un náufrago en un islote, yo
sé que ya no te quiero. Así es que acabaré este whiskey y me iré, como se
fueron aquellos dos tipos, que no sé si se querían, o solamente estaban pasando
el rato. Como hago yo, bebiéndome esta última copa y pensando, como siempre, que ojalá estuvieras aquí.
LIBERACIÓN
Se
despertó sobresaltada. La luz del sol entraba a raudales por aquella ventana a
través de la cual se dejaba ver una ciudad que ya se había puesto en marcha.
Miró el reloj: demasiado tarde, o quizás, demasiado
temprano…
Había llegado aquella noche. Con ella, tan solo portaba una
maleta casi vacía y un corazón lleno de recuerdos. Recuerdos que hacían daño, pero que, al fin y al cabo, eran suyos: sus recuerdos.
Un grito en la noche, un sudor frío, una mano contra su
rostro, un dolor indescriptible, más grande, si cabe, en el alma.
Cuatro años de angustia, de miedos de no saber hacia donde
ir, de no ser nada ni nadie sin él. Cuatro años: una eternidad.
Un infierno del cual no había sabido salir hasta aquel
momento: “nunca es tarde” se dijo a sí misma, mientras veía allá abajo, en el
parque, cómo dos pequeños jugaban a la pelota ajenos a la tormenta emocional
que se desencadenaba en su interior.
Recordó el día anterior cuando la última discusión acabó con
su relación, con su martirio. En aquel momento no pensó en todas las
posibilidades que se le abrían a su alrededor, tan solo veía oscuridad,
penumbra, nubes grises descargando toda su furia sobre ella.
No recordaba el instante preciso en el cual tomó la decisión
de abandonar aquella locura. Solo recordaba una cara desfigurada por el odio
que arremetía contra ella y una voz, tantas veces adorada y que ahora se le
antojaba tenebrosa, feroz, insoportable…
Había llegado hasta allí después de deambular toda la tarde
sin un rumbo fijo. Vio aquella puerta abierta y la aprovechó, “al menos no
pasaré frío”, pensó. La envolvió el
silencio que la casa vacía le ofrecía y sintió
un gran alivio al ver que en el dormitorio, la cama vestida parecía estar
esperándola.
Habían sido tantas las noches de dormir solo con medio
sentido que cuando despertó aquella mañana había perdido la noción de cuántas
horas había pasado en brazos de Morfeo.
El calor del sol cubriéndole todo el cuerpo la reconfortó
llevándola hasta aquellas mañanas en las que otro calor la despertaba con mimos
y caricias. Pero aquello ya no existía, él se había encargado personalmente de
hacer desaparecer toda la magia del primer encuentro, de los primeros días, de
los primeros meses…
“¿Cómo puede alguien ser la cara y la cruz de una misma
moneda?” se preguntó. Quizás todos seamos un poco eso: cara y cruz, blanco y
negro, frío y calor. Sus pensamientos volaban al tiempo que se encaminaba hacia
la puerta en busca de su nueva vida, sin miedos, sin ataduras… en busca de su
libertad.
Ahora sabía que podía lograrlo. Había sido fuerte para dar
el paso de abandonarlo todo, había hecho lo más difícil, el resto vendría solo.
Mayte
Martínez Ramos.
Curso
de Escritura Creativa
Abril
2015
miércoles, 29 de abril de 2015
Gente al sol (Narración a partir de un cuadro de Edward Hopper: "People in the sun", 1960)
El cuadro de las butacas será uno de los más visitados del realizario central. Uno podrá escoger cualquiera de los personajes de cualquier obra de arte, y experimentar desde su interior el ambiente de la misma. Un sencillo casco de electrodos puesto en la cabeza otorgará al viajero la posibilidad de sentir en todas sus dimensiones el calor, el paisaje, la luz del sol, la presencia de los edificios, el tacto de los objetos, de la butaca, de la ropa en la piel, el sonido ambiental. En esta escena se oirá algún pajarillo y el murmullo de la brisa y se percibirá el olor del trigo.
El tiempo de estar en la obra lo decidirán los usuarios del realizario, e incluso podrán hablar con otros usuarios de la obra que estén realizando su experiencia al mismo tiempo. Quien se vea transportado y sentado dentro del cuadro verá que su punto de vista ya no es el del espectador que siempre vio la pintura desde fuera de la misma, sino el de uno de los protagonistas. Sentirá a un lado esa extraña ventana que da a lo que siempre se llamó "realidad".
La casa de mis abuelos
Siempre he vivido en la ciudad, de hecho, me cautivan las retumbantes urbes, y, tal vez por eso, la casa que recuerdo con más mimo es la de mis abuelos.
Vivían en una especie de cortijo pequeño, a las afueras de un pueblo de la costa de Cádiz, en medio de un bosque de pinos donde se mezclaban la esencia de la marisma cercana y de los árboles.
llegábamos cada verano a principios de agosto, de noche, tras catorce o quince horas de agotador viaje en coche desde Tarragona.
Cuando entre la oscuridad de aquellos caminos vislumbrábamos el destello anaranjado del farol que colgaba del porche, y sentíamos la fragancia de la dama de noche y oíamos con perfecta nitidez el ensordecedor canto de los grillos, entonces, y solo entonces nos olvidábamos del cansancio y nos sentíamos ya, por fin, en casa.
Mis abuelos nos recibían con un largo, cálido y apretado abrazo y muchos, muchos besos sonoros.
Nada más entrar en casa, nos metían a mi hermano y a mi en la cama, nos hundían en los colchones de lana, que deberían ser malísimos para la espalda y la columna y esas cosas, pero que a nosotros nos encantaban. ¡ qué rico, qué placer!
por la mañana, el resplandor del sol que entraba por entre las ventanas de madera pintadas de verde y el aroma a café recién hecho y a tostadas hacían que saltáramos de las profundidades de aquellos colchones y corriéramos por el pasillo de baldosas rojas enceradas ( como si de Dorothy Gale, la del mago de Oz, se tratara)hasta la cocina.
Como cada verano, lo que más me gustaba era registrar todos los armarios, cajas y cajones de la casa de mis abuelos. En mi habitación había un enorme baúl de madera el cual curioseaba con avidez por si había algún tesoro nuevo desde el verano pasado. Mi abuela guardaba allí todo tipo de cachivaches, recortes ya amarillos de periódicos del año uno después de Cristo, fotos antiquísimas ya borrosas muchas de ellas, una lupa, unos vestidos pasados de moda, llaves mohosas de vete tú a saber qué puerta... De aquel baúl emanaban aromas tibios, rancios, familiares que me evocan, aún hoy, aquella casa que viví.
Vivían en una especie de cortijo pequeño, a las afueras de un pueblo de la costa de Cádiz, en medio de un bosque de pinos donde se mezclaban la esencia de la marisma cercana y de los árboles.
llegábamos cada verano a principios de agosto, de noche, tras catorce o quince horas de agotador viaje en coche desde Tarragona.
Cuando entre la oscuridad de aquellos caminos vislumbrábamos el destello anaranjado del farol que colgaba del porche, y sentíamos la fragancia de la dama de noche y oíamos con perfecta nitidez el ensordecedor canto de los grillos, entonces, y solo entonces nos olvidábamos del cansancio y nos sentíamos ya, por fin, en casa.
Mis abuelos nos recibían con un largo, cálido y apretado abrazo y muchos, muchos besos sonoros.
Nada más entrar en casa, nos metían a mi hermano y a mi en la cama, nos hundían en los colchones de lana, que deberían ser malísimos para la espalda y la columna y esas cosas, pero que a nosotros nos encantaban. ¡ qué rico, qué placer!
por la mañana, el resplandor del sol que entraba por entre las ventanas de madera pintadas de verde y el aroma a café recién hecho y a tostadas hacían que saltáramos de las profundidades de aquellos colchones y corriéramos por el pasillo de baldosas rojas enceradas ( como si de Dorothy Gale, la del mago de Oz, se tratara)hasta la cocina.
Como cada verano, lo que más me gustaba era registrar todos los armarios, cajas y cajones de la casa de mis abuelos. En mi habitación había un enorme baúl de madera el cual curioseaba con avidez por si había algún tesoro nuevo desde el verano pasado. Mi abuela guardaba allí todo tipo de cachivaches, recortes ya amarillos de periódicos del año uno después de Cristo, fotos antiquísimas ya borrosas muchas de ellas, una lupa, unos vestidos pasados de moda, llaves mohosas de vete tú a saber qué puerta... De aquel baúl emanaban aromas tibios, rancios, familiares que me evocan, aún hoy, aquella casa que viví.
martes, 28 de abril de 2015
ESAS PEQUEÑAS COSAS
"La mente es caprichosa e injusta, así, olvidamos algunos asuntos y otros, no sabemos ni cómo ni porqué, vuelven a nuestra memoria cada vez que cerramos los ojos y los evocamos.
Mi memoria siempre ha sido frágil, así, que me acostumbré desde pequeña a jugar a recordar, y cuando algo llamaba mi atención y no quería que se me olvidara, ponía mis cinco sentidos en alerta máxima. Por ejemplo, si un día habia sido muy feliz, por la noche en mi cama, recordaba qué había comido ese día, qué vestido habia llevado puesto... y de esa manera guardaba para siempre ese instante efímero, que se convertía en pasado, nada más haberlo vivido.
La mayor parte de mi infancia y juventud la pasé en una casa grande y un poco destartalada típica de la Huelva de los años sesenta, cuando aún el boom inmobiliario estaba echando los dientes, y todavía no se había convertido en ese gran monstruo que terminó enguyendo a la mano que le daba de comer.
Si cierro los ojos, o aún con los ojos abiertos, soy capaz de recordar mi habitación de aquella casa, con la cama de níquel, que parecía de plata y yo la imaginaba como si fuera la carroza de una princesa. En esa cama pasé, debido a mi asma, muchos momentos entrañables y solitarios y a ella le debo mi afición a la lectura y a la escritura que todavía hoy, muchos años después sigo conservando.
Desde esa cama escuchaba a mi madre trajinar en la casa, a mi abuela pedirle los avíos para hacer el gazpacho, la radio con las voces graves de los locutores de entonces, los sonidos de la calle, apenas un coche en toda la mañana, el griterío de mis amigas a la salida del colegio, el canto del heladero, "helados chambri" que nos rompía el silencio de la siesta...
Muchas de las personas que compartieron conmigo esos momentos ya no forman parte del paisaje que rodea ahora mi vida, pero yo las traigo a mi memoria cada vez que cierro los ojos, o aún con los ojos abiertos."
Toñi Gavira
La casa de mis abuelos
Recuerdo la casa de
mi abuela. Entrabas por la pequeña puerta lateral y al principio
entrabas a ciegas, como los toros salen a la plaza, como cuando se
cruza una puerta aún desconocida. Cuando tus ojos se hacían a la
oscuridad que había dentro, ya que el salón y cocina se iluminaban
con solo una pequeña ventana, veías a mi abuela en el fogón,
preparando la comida, el olor a chamusquina característico de sus
guisos, ya que mi abuela no entendía de fuegos medios, o apagado o
al máximo. Aún así, vendería mi alma al demonio ahora mismo por
un plato de sus papas con chocos. Junto a la copa de cisco, a veces
con su aroma a romero, estaba mi abuelo, sentado en el sofá, con sus
pies en la palangana de agua fría mezclada con bicarbonato, para
calmar el cansancio de todo el día de caminata. Aquella casa también
olía al aroma sutil del jazmín, la buganvilla, el níspero y el
mayuelo, todos en el patio, esperando, testigos mudos de la historia
de la familia y, a veces, colaboradores necesarios para el sustento.
También recuerdo
aquellas veces que mi prima-hermana, más hermana que prima, y yo nos
metíamos en la habitación de mi tía, solo un poco mayor que
nosotras, una joven que vestía sonoros tacones de aguja y minifalda
de cuero, a lo 'madonna'. Ella nos permitía sin una sola queja ni
obstáculo ponernos su ropa, maquillarnos con sus pinturas y
'bañarnos' en su perfume. Era un paraíso, un mundo entero por
explorar, donde yo quería permanecer por siempre.
Ya de mayor,
recuerdo el primer día que dormí en casa de mi abuela después de
una larga temporada de idas y venidas, lejos de casa, entonces el
aroma a sábanas limpias mezclándose con el suave jazmín y la dama
de noche, la temperatura agradable de julio, el silencio de la noche,
la sensación irrecuperable de que nada malo puede pasarte porque
donde estás es una fortaleza invencible, donde no tiene cabida
ninguna maldad, ni sentimiento negativo, porque mis abuelos estaban
allí, y con ellos siempre estaría A SALVO.
domingo, 26 de abril de 2015
ENTRE CASAS
Yo nací en La Nava,
Corazón de la Sierra de Huelva. Allí y, sobre todo en mi alma, permanecerá
siempre mi casa: aquella en la que me crié junto a mi padre, mi madre, mi
hermana y mi hermano y en la que dejé muchos rincones, secretos, sensaciones y
recuerdos, que formaron parte de la trama de mi infancia. Pero, si yo me bajo
de su alto umbral gris de granito y subo calle arriba, tendré que caminar de un
lado a otro y cruzar además cuatro puertas, para poder rescatarlo todo
plenamente. Porque yo siempre viví, entre casas.
Los laterales de cada una de las baldosas de mi casa no
medían más de una cuarta. Y si las avistabas de una en una, intuías un dibujo
geométrico en tonos blancos, rosados, amarillos, marrones y grises, que no
sabías descifrar exactamente. La gracia estaba en armonizar las cuatro
baldositas cuadradas. Porque entonces, descubrías un preciosa flor de extremos
puntiagudos, rodeada de caminitos circulares por los que, incluso, podías
perderte paseando la mirada. De todas formas; lo que siempre me atrajo de la
solería de mi casa, fue esa mezcla de sencillez y solidez que, al observarla en
su conjunto, desprendía un cierto aire de frescor, con sabor a solera.
En La Nava, si sales por el día en el mes de Agosto, te da de
pleno un aire calentón que te reseca y no deja abrir los ojos bien para mirar.
Así que, entrar en casa era todo un alivio, pero la puerta se encajaba siempre;
por eso, tenías primero que acertar. Con la mano derecha, había que agarrar con
cierta fuerza una llave de hierro bien grandota, hasta que su parte final
redondeada quedara firmemente atrapada entre tus dedos y, una vez que sentías
el áspero metal bien sujetado, coger un buen impulso, nada despreciable, y
subir el umbral. Ya arriba, apoyabas la mano derecha sobre la otra hoja y
echabas todo el peso del cuerpo hacia adelante. Casi siempre notabas unas
grietecillas y hasta el olor de la pintura marrón recalentada y, una vez que
estaba todo controlado, dejabas descansar la rodillita sobre la parte baja de
la puerta y, de esa guisa, dabas el empujón final. Si el esfuerzo no había sido
suficiente, tendrías que volverlo a intentar, aunque el camino ya estuviera
medio andado. Pero si con tu esfuerzo hubieras conseguido ya la empresa, la
puerta se abriría con alegría. No sin que antes, oyeras un buen chasquido seco
y, por supuesto, un vibrar de toda la madera. Pero…en casa al final.
En las noches de verano, yo tenía encomendado dos trabajos
que eran irrenunciables: Ir por la leche
y hacer el gazpacho y, siempre los hice con verdadero regocijo.
El gazpacho lo hacía siempre en el patio, envuelta entre esparragueras
y geranios, y colocando encima de una mesa de madera con hule todo el poderío
de la huerta de mi abuelo, el lebrillo redondo de barro amarillo y la
machacaera de madera, color canela, conseguido en el tiempo por el
uso y el contacto del agua y la humedad que lleva la hortaliza.
De aquella casa, tengo mezclados, el sangrante sabor de los
tomates rojos, que embotellábamos tan despiadadamente con el palo, y la dulce
acidez de los melocotones. Tengo la imagen de mi madre cogiendo ese manjar del árbol,
con su pañuelo atado a la barbilla y una camisa con la manga larga, para evitar
que le invadieran las pelusillas picantes todo el cuerpo. Llego a tocar los
bordes del lebrillo a rebosar de roscos y borrachos, que tantas veces comimos a
hurtadillas, porque no nos estaba permitido justo antes de cenar. Paseo mi
vista por el pozo blanco, con su cubo de zinc y sus macetas. Y subo a su corral.
Desde allí, podría divisar todo El Lindazo, bajar de nuevo a casa y seguir
recordando, pero voy a parar.
Subo un poquito mi calle y, justo a la derecha, ya puedo
entrar en casa de mi tía Manolita y mi Cascá, su hermano. Allí me encontraré
con la bondad y la cultura juntas, viviendo entre maderas nobles, techos altos
y una cocina amplia y luminosa, desde la que poder extender la vista al fondo y
perderse en las huertas con sus lievas. Siempre me espera en esta casa el mimo
culinario: me quedaré extasiada contemplando, cómo se van volteando entre las
manos las croquetas, hasta redondearlas rematándolas en idénticos tronquitos. Descubriré
perfectos picatostes que, como grandes columnas de un gran templo, terminarán
la noche chorreando un denso y humeante chocolate Eureka. Y, por supuesto, no
acabaré de entender nunca del todo, cómo una maquinita de acero inoxidable va
enamorando con paciencia el huevo y el aceite, hasta fundirlos como dos amantes
en una pasta amarilla que se transformará en un suave manto raso que cubrirá
toda la ensaladilla
Siguiendo recto toda la calle arriba, como todas las tardes, vuelvo a besar a mis abuelos y a mi tía Reyes.
Allí quiero paladear una vez más, ese sabor de la tostada con aceite, hecha con verdadero Pan de Pueblo en la
candela. Llegando al patio, podré hasta cobijarme bajo el aroma de un inmenso
jazmín que atravesaba, de lado a lado, todo el arco de entrada de una escalera repleta
de macetas que subía hasta el corral y, para hacerlo, tendré que ir sorteando un
sinfín de gatos callejeros que vienen al auxilio permanente de mi tía, quien
los conoce por su nombre real: que, naturalmente, es el que ella les ha dado
por su cuenta, sin conocer si los felinos tienen otro propio.
Sigo ascendiendo toda la calle arriba. Llegaré al Puerto,
hasta lo más alto. Aún tendré que subir una gran cuesta y rematar la senda
donde acaba el Pueblo: es un Puerto sin mar. Allí es donde siempre estará mi abuela
Andrea. Vestida con su larga y amplia falda negra y con su delantal. Con esa cara
de sonrisa calma, esa tez blanca toda luminosa, sentada en el umbral que accede
a un patio empedrado y a una parra y, después, al corral.
Mientras ella y mi madre hablan de cosas, con el pequeño
transistor sonando al fondo, yo me despego toda silenciosa. Bajo los dos escalones
y me deslizo tranquila, por un pequeño camino entre arriates donde crecen los
nardos, los geranios, la margarita blanca y otras, de las que no conservo un
especial recuerdo y comienzo a acechar. Y estoy un rato así, hasta llegar a
ellas… De entre todas las plantas que regara mi abuela, yo iba siempre por la
tarde, a coger entre mis manos: un ramito de albahaca.
Dejo a mi abuelo Antonio por allí trastarreando, fijo la
mirada en la pequeña candela, que siempre tiene arrimado un pucherillo de barro
con algo de comida y salgo a pasear.
Y muy cerca de allí, desde otro lugar mucho más alto, les lanzo
a cada cual una tierna sonrisa hecha con alma, la que me queda de todo su amor
y sus recuerdos, que estarán siempre rondando: entre casas.
Pepa
López Ríos
Abril,
2015
Mi refugio
Mi refugio
Cierro los ojos y la veo, casi puedo tocar su delantal recogido a un lado, al trasluz de la cocina, resaltan las llamas azules del gas golpeando la inmensa cacerola roja ,y la hervidora de leche , acumulando esa manta espesa de nata .
Mujer menuda decorada con color negro desde siempre y para siempre , con roete en la nuca perfectamente definido como su carácter, agridulce .
Al recordarla , cierro los ojos y huelo sus guisos a fuego lento , sus flanes reposando en el patio al atardecer en primavera , esperando ser servidos de postres .
Aquellas mañanas de domingos que olian a pan recién hecho , en el zaguán ,sin privarme de pellizcar algún bollo aun caliente .
Estuviera donde estuviera , cuando llegaba a casa me sentía protegida, allí no me podía pasar nada malo .
Era una casa grande quizás demasiado , aunque a veces se me hacia pequeña , cuando corría de su zapatilla en mano.
Esta inmensa casa , no siempre fue así, se fue haciendo con la familia , al pasar del tiempo, en algunas décadas paso de ser una cochera en un solar abandonado en el campo,que daba refugio a una pobre viuda con sus 7 hijos , a una casa envidiada en el entorno.
Fue creciendo ,construyéndose lentamente , junto a lágrimas , risas , esfuerzo y el trabajo duro de toda una familia, del cual participe bien poco , me lo dieron todo hecho, al igual que tantas cosas.
Llego un día en que abandone este refugio de la mujer de negro , vestida de blanco , para crear el mio propio ,era un día raro, entusiasmo, ganas y mucho amor en discordancia con mis miedos e inseguridades .
Todo ello trazaba la ruta hacia mi segunda casa , una casa con olor a nuevo , todo estaba por estrenar , hasta mis habilidades para cuidarla, conservarla y hacerla crecer.
Golpea mi recuerdo ese olor a lentejas quemadas, nunca lo olvidare, como el olor a lejía que impregnaba mis manos sin abandonarlas , aun al recordar siento picor y escozor en ellas.
La falta de sol directo sobre nuestra casa me producía tristeza, quise suplirlo pero no fui capaz .
De vez en cuando , caminaba hacia atrás y buscaba la figura de la mujer de negro con roete , me calmaba su olor a café , a pucheros , su propia imagen era mi sedante .
MI AMIGO
Aquel sonido de campana llegó hasta
el aula como hacía casi tres meses que no sucedía. Por fin podríamos relajarnos
un rato. Eran duras las primeras horas después de tanto tiempo.
Levanté la tapa de madera de mi
pupitre, por cierto, más viejo y ajado de como lo recordaba, y sentí el olor a
chorizo de mi bocadillo. Le quité con cuidado el papel de estraza que lo
envolvía y me dispuse a dar cuenta de él en la fila, mientras veía con pesar la
tristeza que impregnaba la cara de mi compañero.
Sabía qué era lo que le ocurría. No
le gustaba volver al cole después del verano. Aquello significaba separarse de
su familia y recluirse en el austero y lúgubre internado del colegio.
Le ofrecí un pedazo de mi bocadillo
con la intención de animarlo un poco, pero no tuve suerte.
Nos acercamos a los árboles del
fondo del patio, aquellos tan lejanos que los maestros apenas podían vernos y
donde hacíamos realidad todas nuestras peores ideas.
Un intenso olor a humedad se
esparcía por toda la zona, recordándonos que el verano iba quedando atrás y que
pronto vendrían las nieves del invierno. Me subí a uno de aquellos frondosos
árboles que el calor del estío no fue capaz de desnudar, mientras mi amigo, aún
con rostro serio, me esperaba sentado en la fina arena que me protegió del
porrazo que me di al resbalar desde la rama donde imitaba ser un pájaro.
De pronto volvió a sonar aquella
campana, que en este momento se me antojaba maldita: la hora de volver a clase
había llegado.
TÉCNICAS CREATIVAS PARA
LAS NARRACIONES
UN PASEO ACCIDENTADO
Nació entre algodones, su padre el
Rey Serafín II de Bermalia poseía la mayor parte de las tierras del reino. En su
infancia nunca le faltó de nada, todo cuanto pudo desear le fue dado antes
siquiera de pedirlo.
Cuando apenas contaba con diez años,
le regalaron al que, a día de hoy, era su mejor amigo, un pequeño potro con el
que pasaba la mayor parte del día. Con él descubrió los campos y praderas que
rodeaban el castillo, daban largos paseos al atardecer y descansaban a la
sombra de los árboles las tardes de estío.
En una de aquellas tardes estaban
cuando se acercó hasta ellos una anciana que se le antojó un tanto peculiar:
vestida de negro desde la cabeza hasta los pies, sus ropas parecían llevar
adosadas a su cuerpo toda la vida. Se fijó especialmente en sus zapatillas que
dejaban ver una uña negra y larga en cada pie. Su rostro no era mucho más
agradable: los surcos alrededor de los ojos delataban una larga y penosa vida. Su
mirada penetrante le hizo sentir un escalofrío que lo recorrió de arriba abajo.
Apoyada en un bastón, caminaba lentamente hasta que llegó junto a él.
El Príncipe se levantó de un salto:
-
¿Qué
desea señora? – preguntó cortésmente a la anciana.
Y sin darle tiempo a reaccionar tocó
su hombro con el bastón, haciéndole perder el conocimiento de manera
fulminante.
-
Ya
te enseñaré yo a no pasearte por mis dominios – aquella voz sonó como un trueno
en el silencio de la tarde.
Y tocando de nuevo con el bastón el
árbol que antes había servido de almohada al Príncipe, abrió un hueco en el
tronco por el que dos ramas lo arrastraron hasta su interior.
Tras él sonó un estruendo cuando el
árbol volvió a su aspecto habitual cerrando la entrada. El caballo asustado
corrió veloz hasta el castillo, mientras la anciana cerraba la puerta con una
llave que guardó en su mugriento delantal.
En el interior, el Príncipe, poco a
poco iba recuperando la conciencia. Abrió los ojos, pero no pudo ver lo que
tenía a su alrededor.
Todo era oscuridad, de pronto el miedo
empezó a apoderarse de él, sintió cómo las manos comenzaban a sudarle y, a su
vez, una gota caía por su frente. Estaba aterrado, nunca había vivido una
situación de aquella índole.
Con las pocas fuerzas que tenía,
intentó incorporarse al tiempo que gritaba llamando a su caballo, pero no
obtuvo respuesta. Por su mente comenzaros a sucederse las más terribles de las
imágenes, se sintió desfallecer. Pero no podía. Él no era un cobarde, tenía que
armarse de valor e intentar salir de aquella cárcel con forma de árbol.
Miró hacia arriba y vio un pequeño
rayo de luz que entraba por un hueco del tronco. Como pudo, escaló por su
interior hasta llegar a la que podía ser su salida. Pero era demasiado pequeña.
“¿Qué puedo
hacer?”, pensó mientras comenzaba a dar patadas alrededor del hueco para
intentar hacerlo más grande. Una hora más tarde, cayó el primer trozo de tronco
hacia fuera dejando espacio para que la luz del sol entrara con más intensidad.
Poco a poco aquel pequeño agujero se fue haciendo cada vez mayor. Hasta el
punto de que el Príncipe pudo salir al exterior a través de él.
Una vez
fuera, no podía creer lo que le estaba sucediendo. Aquello estaba tan alto como
la torre de su castillo. Miró hacia abajo y descubrió con gran susto que era
imposible bajar. El tronco era totalmente liso, no había donde apoyarse. Pero además,
lo peor de todo, lo descubrió cuando su vista se alejó un poco del pie del
árbol. Allí, sentada en una roca, estaba su carcelera, aquella vieja sucia y
maloliente lo vigilaba desde abajo rodeada de seres que jamás había visto, tan
horripilantes como ella, con aspecto de demonios con dos cabezas, cuernos tras
las orejas, pieles resquebrajadas y soltando un olor a podredumbre que llegaba
hasta él. Sintió fatiga solo con mirarlos.
Pero además
se dio cuenta de que estaba perdido, no podía hacer nada para escapar de allí. Se
sentó en la oquedad que él mismo había abierto y se dispuso a pensar en cómo
solucionar aquella situación, cuando la malvada vieja le habló desde abajo:
-
¿Quieres
bajar, verdad? ¡ja ja ja ja! – aquella ronca carcajada lo asustó más incluso
que los alaridos que a la vez soltaron todos aquellos fétidos esperpentos que
la rodeaban. – Pues solo lo vas a conseguir – prosiguió – si te casas conmigo ¡ja
ja ja ja! – de nuevo aquella terrible risotada y aquellos gritos…
No podía ser, esto no le estaba
sucediendo. Se frotó los ojos en un vano intento de despertar de aquella
pesadilla. Pero cuando los abrió comprobó que se trataba de una cruel realidad.
Caía la noche y seguía apostado en lo
alto del árbol con una jauría de hienas deseosas de que resbalara y cayera para
hacer con él las más esperpénticas de las atrocidades.
Pero de pronto, el cielo comenzó a
iluminarse con unos destellos azules y malvas que provenían de la dirección
donde se encontraba su castillo. No podía creerlo, algo, que no conseguía
vislumbrar qué era, venía volando hacia él rodeado de un aura mágica llena de
estrellas. Se acercaba poco a poco, cada vez lo iba viendo mejor. Aquello era… ¡sí!
¡Su caballo!
La legión de energúmenos,
capitaneados por la mugrienta vieja, también miró hacia aquel alado corcel
quedando todos cegados por la luz que del mismo emanaba y a la que no estaban
acostumbrados en su lúgubre mundo.
El caballo paró frente al Príncipe y
se colocó de forma que éste pudiera montarse en él. Una vez arriba, dio media
vuelta para volver al castillo, pero antes dejó caer sobre el grupo de extraños
seres una rociada de polvos mágicos que los hizo desaparecer dejando aquellas
praderas limpias de todos esos despojos.
El muchacho se abrazó al animal y le
acarició las crines a modo de recompensa. Aún se preguntaba cómo tenía aquellas
alas. Nunca se las había visto. Pero ahora eso no importaba. Lo importante era
que estaba libre y que en breve llegaría a su hogar.
Una vez allí, su padre le explicó que
era conocida por todo el Reino la existencia de aquella malvada bruja y su
séquito pero que a él no le habían querido contar nada para que no fuera con
miedo a sus paseos por el campo. Así que por eso mismo decidieron regalarle
aquel mágico animal que lo sacaría de los apuros en caso de que se encontrara
con ellos. Hasta ahora no había sucedido y por eso el animal no había tenido que
desplegar sus alas mágicas que llevaba escondidas no se sabe dónde.
Desde aquel día, el Príncipe y su
caballo, libres de todo peligro, salían a pasear como de costumbre, pero también,
de vez en cuando, daban una vuelta por las alturas para contemplar aquel
maravilloso reino que poseían.
Y colorín colorado…
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