RELATO
construido bajo la siguiente propuesta descabellada:
¿Te impresionaría ver avanzar entre
nosotros la muralla China?
|
Vestida de novia, con mi traje blanco inmaculado y sin flores
de azahar, me recosté en el hombro de mi amado y le dije:
- Alfonso, por dios, vámonos pa Cai que aquí to er mundo es
iguá, anda mu ligero y esto no nos puede
traé na bueno. ¡Yo estoy cansá¡
- ¡Ay Amparo, picha! ¿Pero tú crees que se puede una lleva to
el viaje de novios con el traje puesto y esos taconasos de aguja? ¡Cómo pa no
está reventá!
Lo miré de reojo y pensé. Tiene razón, pero después de
llevarme tantos desengaños con los novietes, yo me quiero sentir novia todos
los días que dure el viaje, que luego ya se lo que me espera: delantal, guantes
de látex y lejía.
De pronto, vi el peñasco moverse y escuché en mi cabeza el
fiero rugido de un león salvaje.
- Alfonso…¿Qué ha sio eso?
-No sé mi arma. Yo lo que he sentío es como si estuviera
Camarón en er tablao.
Volví a mirar al frente y luego a él, preguntándole no del
todo convencida:
- ¿Nosotros estamos en China verdad? O sea… ¡que
no nos hemos venío de viaje de novios a un Safari!
– Ta claro picha…¿po no ves la Muralla?, me respondió.
Yo veía sí, pero no precisamente el monumento. Allí donde la
piedra tenía grietas rocosas afiladas como cuchillos, se abrían de par en par
bocas gigantes que tragaban todo tipo de objetos: abrigos, maletines, chupetes,
móviles, carritos de bebé…
Entrecerré los ojos, arrugué la frente, me metí los dedos en
la boca y los chupé. Era lo que hacía siempre, desde chica. Cada vez que me
entraba algún agobio, yo me metía los dedos en la boca y babeaba.
Cuando fui a echar mano del bolso nacarado, herencia de mi
abuela, que con tanto amor me había entregado mi madre el día de la boda… el
bolso no estaba. ¡Coño, que se lo ha tragado la montaña!
Fijé mi vista en el suelo y descubrí que aquellas escaleras
empezaban a moverse arriba y abajo como teclas de piano, y con ellas también yo
me movía. Y mi Alfonso, por supuesto. Al
compás de Bethoven. En la 5ª estábamos: ta,ta,ta,taaaaaaaa…. ta,ta,ta,taaaaaaaa.
Y en acabando el último taaaa, mi cuerpo subía por lo menos cinco metros.
En uno de los lanzamientos, me vi reflejada en un espejo
enorme que habían colocado un grupo de cineastas, que estaban por allí rodando
una peli. Como pude, ladeé un poco la cabeza con intención de comprobar cuál
era exactamente mi posición en el espacio, y si existían realmente
posibilidades de no descoyuntarme. Vi cómo la cola de mi vestido blanco volaba, graciosa y despreocupadamente, como alas de
mariposa. Pero los ojos se me quedaron como platos, cuando observé que el
monumento había enganchado de un bocado, el fino tul bordado de lentejuelas y me lo estaba engullendo con desprecio. La unión de la piedra marrón y el velo blanco,
me hizo pensar en un pastel coronado de merengue. Pero la cosa, no estaba para
saborear.
La Muralla comenzó a avanzar, primero lentamente y, a cada
paso que daba, iba tragando un trozo de mi velo. Sentía yo, como ya estaba
empezando a tirarme un poco la cabeza y, en cierta forma, yo no tenía dónde
sujetarme. ¡Ay, que me estaba rozando el lateral de un hombro! Al poco tiempo,
ya vi letal el avance de aquel monstruo y sentía clavándose en mi cráneo, como si de colmillos se trataran, aquellos tubos blancos de aluminio que había
tocado un rato antes como pasamanos.
Tan deprisa estaba siendo ya el avance de aquel
monstruo, que me veía metida ya en la piedra…Cuando, de pronto, note el dolor
de un zarandeo en mi costilla y la cara descompuesta de mi Alfonso, que gritó:
- ¡Amparo, picha! ¿Esta toallita también es der chino hija? ¡Po
rasca con cojones! ¡No compres ya ma tiestos mujé, que hase ya diez años que
nos casamos y está la casa abarrotá¡
Pepa López Ríos
22 Abril 2015
Frescura en la escritura... ¡sí que sí!
ResponderEliminar