Recuerdo la casa de
mi abuela. Entrabas por la pequeña puerta lateral y al principio
entrabas a ciegas, como los toros salen a la plaza, como cuando se
cruza una puerta aún desconocida. Cuando tus ojos se hacían a la
oscuridad que había dentro, ya que el salón y cocina se iluminaban
con solo una pequeña ventana, veías a mi abuela en el fogón,
preparando la comida, el olor a chamusquina característico de sus
guisos, ya que mi abuela no entendía de fuegos medios, o apagado o
al máximo. Aún así, vendería mi alma al demonio ahora mismo por
un plato de sus papas con chocos. Junto a la copa de cisco, a veces
con su aroma a romero, estaba mi abuelo, sentado en el sofá, con sus
pies en la palangana de agua fría mezclada con bicarbonato, para
calmar el cansancio de todo el día de caminata. Aquella casa también
olía al aroma sutil del jazmín, la buganvilla, el níspero y el
mayuelo, todos en el patio, esperando, testigos mudos de la historia
de la familia y, a veces, colaboradores necesarios para el sustento.
También recuerdo
aquellas veces que mi prima-hermana, más hermana que prima, y yo nos
metíamos en la habitación de mi tía, solo un poco mayor que
nosotras, una joven que vestía sonoros tacones de aguja y minifalda
de cuero, a lo 'madonna'. Ella nos permitía sin una sola queja ni
obstáculo ponernos su ropa, maquillarnos con sus pinturas y
'bañarnos' en su perfume. Era un paraíso, un mundo entero por
explorar, donde yo quería permanecer por siempre.
Ya de mayor,
recuerdo el primer día que dormí en casa de mi abuela después de
una larga temporada de idas y venidas, lejos de casa, entonces el
aroma a sábanas limpias mezclándose con el suave jazmín y la dama
de noche, la temperatura agradable de julio, el silencio de la noche,
la sensación irrecuperable de que nada malo puede pasarte porque
donde estás es una fortaleza invencible, donde no tiene cabida
ninguna maldad, ni sentimiento negativo, porque mis abuelos estaban
allí, y con ellos siempre estaría A SALVO.
Me ha encantado, muy bien descrito, pero sobre todo me ha gustado la fuerza contundente del final...muy bueno, Laura!
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