LIBERACIÓN
Se
despertó sobresaltada. La luz del sol entraba a raudales por aquella ventana a
través de la cual se dejaba ver una ciudad que ya se había puesto en marcha.
Miró el reloj: demasiado tarde, o quizás, demasiado
temprano…
Había llegado aquella noche. Con ella, tan solo portaba una
maleta casi vacía y un corazón lleno de recuerdos. Recuerdos que hacían daño, pero que, al fin y al cabo, eran suyos: sus recuerdos.
Un grito en la noche, un sudor frío, una mano contra su
rostro, un dolor indescriptible, más grande, si cabe, en el alma.
Cuatro años de angustia, de miedos de no saber hacia donde
ir, de no ser nada ni nadie sin él. Cuatro años: una eternidad.
Un infierno del cual no había sabido salir hasta aquel
momento: “nunca es tarde” se dijo a sí misma, mientras veía allá abajo, en el
parque, cómo dos pequeños jugaban a la pelota ajenos a la tormenta emocional
que se desencadenaba en su interior.
Recordó el día anterior cuando la última discusión acabó con
su relación, con su martirio. En aquel momento no pensó en todas las
posibilidades que se le abrían a su alrededor, tan solo veía oscuridad,
penumbra, nubes grises descargando toda su furia sobre ella.
No recordaba el instante preciso en el cual tomó la decisión
de abandonar aquella locura. Solo recordaba una cara desfigurada por el odio
que arremetía contra ella y una voz, tantas veces adorada y que ahora se le
antojaba tenebrosa, feroz, insoportable…
Había llegado hasta allí después de deambular toda la tarde
sin un rumbo fijo. Vio aquella puerta abierta y la aprovechó, “al menos no
pasaré frío”, pensó. La envolvió el
silencio que la casa vacía le ofrecía y sintió
un gran alivio al ver que en el dormitorio, la cama vestida parecía estar
esperándola.
Habían sido tantas las noches de dormir solo con medio
sentido que cuando despertó aquella mañana había perdido la noción de cuántas
horas había pasado en brazos de Morfeo.
El calor del sol cubriéndole todo el cuerpo la reconfortó
llevándola hasta aquellas mañanas en las que otro calor la despertaba con mimos
y caricias. Pero aquello ya no existía, él se había encargado personalmente de
hacer desaparecer toda la magia del primer encuentro, de los primeros días, de
los primeros meses…
“¿Cómo puede alguien ser la cara y la cruz de una misma
moneda?” se preguntó. Quizás todos seamos un poco eso: cara y cruz, blanco y
negro, frío y calor. Sus pensamientos volaban al tiempo que se encaminaba hacia
la puerta en busca de su nueva vida, sin miedos, sin ataduras… en busca de su
libertad.
Ahora sabía que podía lograrlo. Había sido fuerte para dar
el paso de abandonarlo todo, había hecho lo más difícil, el resto vendría solo.
Mayte
Martínez Ramos.
Curso
de Escritura Creativa
Abril
2015
Ella no lo sabía, pero había estado con un psicópata.
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