"Taller de Escritura Creativa" del CEP Huelva - Isla Cristina. Impartido por Teresa Suárez.

jueves, 7 de mayo de 2015

PASOS


                        RELATO  construido sobre la mirada de la pintura:  
Habitaciones junto al mar, de Edwar Hopper




                                                     PASOS

Era día de fiesta y Adela no tenía que ir a trabajar. Había estado toda la noche despierta deambulando por la casa: ahora un café, luego un cigarrillo, después muchas lágrimas…Prácticamente la misma rutina desde hacía ya demasiado tiempo. A sus casi 62 años, estaba a punto de jubilarse y, aún seguía sin ver nada claro desde el ventanal de su mente.

Sí, es verdad que había conseguido por fin dar el gran salto, aunque ahora se le antojara más bien un gran abismo. Pero aquella casita recién alquilada sería, de momento, el refugio desde donde asomarse, tratando de buscar ese mundo que nunca tuvo y tanto necesitaba.

Cuando la noche anterior había dejado la maleta en el dormitorio, no se había percatado exactamente del espacio. Sin embargo; al recibir el día, comprobó que era un lugar luminoso, aunque no le gustara especialmente el mobiliario. Se sentó en el sofalito rojo que le parecía un poco ridículo y bastante incómodo, por cierto. Esas patas torneadas de pitiminí no iban para nada con su sencillez. Y luego, estaba ese tapizado de terciopelo, que casi no podrías mirar en Agosto porque el calor comenzaría a arrebolarte el cuerpo entero. Tal vez, pudiera colocarlo en otro cuarto para no verlo al pasar por el salón, y comprar un cómodo sillón donde poder leer tranquilamente. Pero entonces, estropearía también el decorado de la otra estancia y, si algo le disgustaba enormemente, era pasear la mirada por espacios  abarrotados y sin armonía. Además, esa situación le haría volver a toparse de bruces con el desorden gris mugriento, que había dejado atrás y que tanto la había hecho padecer. Sin embargo, tampoco tendría por qué suponer un problema aquello. Eran pocos tiestos los que había, así que podría combinarlos sin hacer estragos decorativos y comenzar a crear un mundo nuevo en el que disfrutar con su propio silencio. Lo  importante, lo trascendental para ella, era que estaba sola y con ansias de comenzar a vivir.

De pronto, al levantar la vista desde donde estaba, reconoció aquel rostro de semblante serio y apretado, apoyado en el extremo del aparador de madera, que la observaba fijamente.  Un escalofrío recorrió todo su cuerpo y apartó la mirada con brusquedad. Estaba dispuesta a admitir que la imagen de él pudiera perseguirla durante un breve tiempo, pero lo podría sobrellevar. Había tomado la firme decisión de resistir y no tolerar nunca más que la atemorizara. Irguió todo su cuerpo para relajarse y se levantó con total resolución.

Fue entonces, cuando se percató del montón de libros que estaban perfectamente alineados encima del mueble y, recordó que los había puesto ella misma en cuanto el  propietario de la casa se marchó. Lo había hecho de manera autómata. Había abierto la maleta y, cuidadosamente, los había ido colocando uno a uno, acariciando con sus manos cada cubierta y rememorando aquellas historias encerradas que la habían ayudado a sobrevivir. Después, giró dispuesta a seguir inspeccionando todo el territorio y entró en la sala contigua.

No tuvo más que avanzar dos o tres pasos, para emprender un viaje sin retorno. Sintió en su cuerpo todo el calor del sol con vehemencia, y el entusiasmo se fue apropiando de ella hasta lograr centellear sus ojos.
Pasó revista con el dedo a la piel tersa, lisa y regular de la pared y pudo comprobar cómo la suya iba tomando también un aspecto raso y pulimentado, dejando atrás los viejos surcos que el sufrimiento había ido instalando con el tiempo. Dejó caer todo su peso sobre ella y poco a poco, ya sin penuria, martirio ni congoja, se descubrió sentada gozando del momento.

Alrededor todo brillaba, irradiaba esperanza y era transparente. Y frente a sí, tenía la realidad. Un mar inmenso sereno y bonancible, la saludaba y se presentaba ante su vida, desembrollando con su aroma a sal, todo un vía crucis de pena y de tormento. La suave brisa era inobjetable y por supuesto ¡como no!, pasado un rato, terminaría retocando el cutis seco, con una fina capa de gotitas que bajarían por la cara refrescantes.
Así, de esta manera apacible y evidente, sintió cómo empezó a finiquitar el lastre amargo y se notó empapada de un futuro cierto, sencillo, obvio, rotundo y concluyente. Y por primera vez, en mucho tiempo, supo que estaba contemplando el rostro de la libertad.


                                                                       Pepa López Ríos
                                                                       26 Abril 2015



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