RELATO construido sobre la mirada de la pintura:
Habitaciones junto al
mar, de Edwar Hopper
PASOS
Era día de fiesta y Adela no tenía que ir a trabajar. Había
estado toda la noche despierta deambulando por la casa: ahora un café, luego un
cigarrillo, después muchas lágrimas…Prácticamente la misma rutina desde hacía
ya demasiado tiempo. A sus casi 62 años, estaba a punto de jubilarse y, aún
seguía sin ver nada claro desde el ventanal de su mente.
Sí, es verdad que había conseguido por fin dar el gran salto,
aunque ahora se le antojara más bien un gran abismo. Pero aquella casita recién
alquilada sería, de momento, el refugio desde donde asomarse, tratando de
buscar ese mundo que nunca tuvo y tanto necesitaba.
Cuando la noche anterior había dejado la maleta en el
dormitorio, no se había percatado exactamente del espacio. Sin embargo; al
recibir el día, comprobó que era un lugar luminoso, aunque no le gustara
especialmente el mobiliario. Se sentó en el sofalito rojo que le parecía un
poco ridículo y bastante incómodo, por cierto. Esas patas torneadas de pitiminí
no iban para nada con su sencillez. Y luego, estaba ese tapizado de terciopelo,
que casi no podrías mirar en Agosto porque el calor comenzaría a arrebolarte el
cuerpo entero. Tal vez, pudiera colocarlo en otro cuarto para no verlo al pasar
por el salón, y comprar un cómodo sillón donde poder leer tranquilamente. Pero
entonces, estropearía también el decorado de la otra estancia y, si algo le
disgustaba enormemente, era pasear la mirada por espacios abarrotados y sin armonía. Además, esa
situación le haría volver a toparse de bruces con el desorden gris mugriento,
que había dejado atrás y que tanto la había hecho padecer. Sin embargo, tampoco
tendría por qué suponer un problema aquello. Eran pocos tiestos los que había,
así que podría combinarlos sin hacer estragos decorativos y comenzar a crear un
mundo nuevo en el que disfrutar con su propio silencio. Lo importante, lo trascendental para ella, era
que estaba sola y con ansias de comenzar a vivir.
De pronto, al levantar la vista desde donde estaba, reconoció
aquel rostro de semblante serio y apretado, apoyado en el extremo del aparador
de madera, que la observaba fijamente.
Un escalofrío recorrió todo su cuerpo y apartó la mirada con brusquedad.
Estaba dispuesta a admitir que la imagen de él pudiera perseguirla durante un
breve tiempo, pero lo podría sobrellevar. Había tomado la firme decisión de
resistir y no tolerar nunca más que la atemorizara. Irguió todo su cuerpo para
relajarse y se levantó con total resolución.
Fue entonces, cuando se percató del montón de libros que
estaban perfectamente alineados encima del mueble y, recordó que los había
puesto ella misma en cuanto el
propietario de la casa se marchó. Lo había hecho de manera autómata. Había
abierto la maleta y, cuidadosamente, los había ido colocando uno a uno,
acariciando con sus manos cada cubierta y rememorando aquellas historias
encerradas que la habían ayudado a sobrevivir. Después, giró dispuesta a seguir
inspeccionando todo el territorio y entró en la sala contigua.
No tuvo más que avanzar dos o tres pasos, para emprender un
viaje sin retorno. Sintió en su cuerpo todo el calor del sol con vehemencia, y
el entusiasmo se fue apropiando de ella hasta lograr centellear sus ojos.
Pasó revista con el dedo a la piel tersa, lisa y regular de
la pared y pudo comprobar cómo la suya iba tomando también un aspecto raso y
pulimentado, dejando atrás los viejos surcos que el sufrimiento había ido
instalando con el tiempo. Dejó caer todo su peso sobre ella y poco a poco, ya
sin penuria, martirio ni congoja, se descubrió sentada gozando del momento.
Alrededor todo brillaba, irradiaba esperanza y era
transparente. Y frente a sí, tenía la realidad. Un mar inmenso sereno y
bonancible, la saludaba y se presentaba ante su vida, desembrollando con su
aroma a sal, todo un vía crucis de pena y de tormento. La suave brisa era
inobjetable y por supuesto ¡como no!, pasado un rato, terminaría retocando el
cutis seco, con una fina capa de gotitas que bajarían por la cara refrescantes.
Así, de esta manera apacible y evidente, sintió cómo empezó a
finiquitar el lastre amargo y se notó empapada de un futuro cierto, sencillo,
obvio, rotundo y concluyente. Y por primera vez, en mucho tiempo, supo que estaba
contemplando el rostro de la libertad.
Pepa López Ríos
26 Abril 2015
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