"Taller de Escritura Creativa" del CEP Huelva - Isla Cristina. Impartido por Teresa Suárez.

jueves, 30 de abril de 2015

DRINKING AGAIN

Imagen: Nighthawks, Edward Hopper.





       
          -Aquí estoy, bebiendo de nuevo, sin saber bien por qué. Me gusta esa chica del vestido rojo, que está con ese tipo. ¿Se habrán conocido esta tarde? ¿Llevarán mucho tiempo juntos? ¿Se quieren de verdad, o sólo están pasando el tiempo? A lo mejor ella es una puta. ¿Quién sabe? No se lo voy a preguntar.
            Y yo, ¿qué estoy haciendo aquí? Ah, ya; estoy bebiendo de nuevo. Siempre la misma historia. ¿Y si tú aparecieras aquí de repente? ¿Y si entraras por esa puerta, y avanzaras hacia mí sonriendo? Pero eso es sólo un sueño. El mismo sueño de siempre.
            -¡Camarero! ¿Qué le debemos?
            -Han sido dos cafés, 80 centavos.
            -Aquí tiene. Buenas noches.
            -Buenas noches, señores.
          -Eh, por favor, no se vayan. No me dejen aquí solo. No quiero estar aquí solo bebiendo… ¿Qué habrían pensado de mí si les hubiera dicho eso? “Un pobre borracho”, habrían pensado. Ahora se van por su camino. ¿Se quieren, o simplemente están juntos para pasar el rato? ¿Se conocen desde hace mucho, o se han encontrado esta tarde? Al menos, ellos no están solos, ¿o tal vez sí? ¿Quién no está solo?
            Yo estoy aquí bebiendo de nuevo. Y ahora mismo, en esta barra de este bar absurdo en medio de la ciudad dormida, sé que soy un estúpido pensando que a lo mejor podías entrar ahora por esa puerta. Así es que voy a pedir otro whiskey.
            -¡Camarero! Por favor, otro whiskey.

            No quiero compadecerme de mí mismo. Me tomaré esta copa y me iré a casa. No quiero que ahora entre alguien y piense que soy un pobre solitario, y se compadezca de mí. ¿Por qué tendría que hacerlo? Al fin y al cabo, todos estamos solos, y aunque estoy aquí, perdido como un náufrago en un islote, yo sé que ya no te quiero. Así es que acabaré este whiskey y me iré, como se fueron aquellos dos tipos, que no sé si se querían, o solamente estaban pasando el rato. Como hago yo, bebiéndome esta última copa y pensando,  como siempre, que ojalá estuvieras aquí.
LIBERACIÓN

Se despertó sobresaltada. La luz del sol entraba a raudales por aquella ventana a través de la cual se dejaba ver una ciudad que ya se había puesto en marcha.
         Miró el reloj: demasiado tarde, o quizás, demasiado temprano…
         Había llegado aquella noche. Con ella, tan solo portaba una maleta casi vacía y un corazón lleno de recuerdos. Recuerdos que  hacían daño, pero que,  al fin y al cabo, eran suyos: sus recuerdos.
         Un grito en la noche, un sudor frío, una mano contra su rostro, un dolor indescriptible, más grande, si cabe, en el alma.
         Cuatro años de angustia, de miedos de no saber hacia donde ir, de no ser nada ni nadie sin él. Cuatro años: una eternidad.
         Un infierno del cual no había sabido salir hasta aquel momento: “nunca es tarde” se dijo a sí misma, mientras veía allá abajo, en el parque, cómo dos pequeños jugaban a la pelota ajenos a la tormenta emocional que se desencadenaba en su interior.
         Recordó el día anterior cuando la última discusión acabó con su relación, con su martirio. En aquel momento no pensó en todas las posibilidades que se le abrían a su alrededor, tan solo veía oscuridad, penumbra, nubes grises descargando toda su furia sobre ella.
         No recordaba el instante preciso en el cual tomó la decisión de abandonar aquella locura. Solo recordaba una cara desfigurada por el odio que arremetía contra ella y una voz, tantas veces adorada y que ahora se le antojaba tenebrosa, feroz, insoportable…
         Había llegado hasta allí después de deambular toda la tarde sin un rumbo fijo. Vio aquella puerta abierta y la aprovechó, “al menos no pasaré  frío”, pensó. La envolvió el silencio que la casa vacía le ofrecía y  sintió un gran alivio al ver que en el dormitorio, la cama vestida parecía estar esperándola.
         Habían sido tantas las noches de dormir solo con medio sentido que cuando despertó aquella mañana había perdido la noción de cuántas horas había pasado en brazos de Morfeo.
         El calor del sol cubriéndole todo el cuerpo la reconfortó llevándola hasta aquellas mañanas en las que otro calor la despertaba con mimos y caricias. Pero aquello ya no existía, él se había encargado personalmente de hacer desaparecer toda la magia del primer encuentro, de los primeros días, de los primeros meses…
         “¿Cómo puede alguien ser la cara y la cruz de una misma moneda?” se preguntó. Quizás todos seamos un poco eso: cara y cruz, blanco y negro, frío y calor. Sus pensamientos volaban al tiempo que se encaminaba hacia la puerta en busca de su nueva vida, sin miedos, sin ataduras… en busca de su libertad.
         Ahora sabía que podía lograrlo. Había sido fuerte para dar el paso de abandonarlo todo, había hecho lo más difícil, el resto vendría solo.

Mayte Martínez Ramos.
Curso de Escritura Creativa
Abril 2015
        


miércoles, 29 de abril de 2015

Gente al sol (Narración a partir de un cuadro de Edward Hopper: "People in the sun", 1960)

El cuadro de las butacas será uno de los más visitados del realizario central. Uno podrá escoger cualquiera de los personajes de cualquier obra de arte, y experimentar desde su interior el ambiente de la misma. Un sencillo casco de electrodos puesto en la cabeza otorgará al viajero la posibilidad de sentir en todas sus dimensiones el calor, el paisaje, la luz del sol, la presencia de los edificios, el tacto de los objetos, de la butaca, de la ropa en la piel, el sonido ambiental. En esta escena se oirá algún pajarillo y el murmullo de la brisa y se percibirá el olor del trigo.
El tiempo de estar en la obra lo decidirán los usuarios del realizario, e incluso podrán hablar con otros usuarios de la obra que estén realizando su experiencia al mismo tiempo. Quien se vea transportado y sentado dentro del cuadro verá que su punto de vista ya no es el del espectador que siempre vio la pintura desde fuera de la misma, sino el de uno de los protagonistas. Sentirá a un lado esa extraña ventana que da a lo que siempre se llamó "realidad".

La casa de mis abuelos

Siempre he vivido en la ciudad, de hecho, me cautivan las retumbantes urbes, y, tal vez por eso, la casa que recuerdo con más mimo es la de mis abuelos.
Vivían en una especie de cortijo pequeño, a las afueras de un pueblo de la costa de Cádiz, en medio de un bosque de pinos donde se mezclaban la esencia de la marisma cercana y de los árboles.
llegábamos cada verano a principios de agosto, de noche, tras catorce o quince horas de agotador viaje en coche desde Tarragona.
Cuando entre la oscuridad de aquellos caminos vislumbrábamos el destello anaranjado del farol que colgaba del porche, y sentíamos la fragancia de la dama de noche y oíamos con perfecta nitidez el ensordecedor canto de los grillos, entonces, y solo entonces nos olvidábamos del cansancio y nos sentíamos ya, por fin, en casa.
Mis abuelos nos recibían con un largo, cálido y apretado abrazo y muchos, muchos besos sonoros.
Nada más entrar en casa, nos metían a mi hermano y a mi en la cama, nos hundían en los colchones de lana, que deberían ser malísimos para la espalda y la columna y esas cosas, pero que a nosotros nos encantaban. ¡ qué rico, qué placer!
por la mañana, el resplandor del sol que entraba por entre las ventanas de madera pintadas de verde y el aroma a café recién hecho y a tostadas hacían que saltáramos de las profundidades de aquellos colchones y corriéramos por el pasillo de baldosas rojas enceradas ( como si de Dorothy Gale, la del mago de Oz, se tratara)hasta la cocina.
Como cada verano, lo que más me gustaba era registrar todos los armarios, cajas y cajones de la casa de mis abuelos. En mi habitación había un enorme baúl de madera el cual curioseaba con avidez por si había algún tesoro nuevo desde el verano pasado. Mi abuela guardaba allí todo tipo de cachivaches, recortes ya amarillos de periódicos del año uno después de Cristo, fotos antiquísimas ya borrosas muchas de ellas, una lupa, unos vestidos pasados de moda, llaves mohosas de vete tú a saber qué puerta... De aquel baúl emanaban aromas tibios, rancios, familiares que me evocan, aún hoy, aquella casa que viví.

martes, 28 de abril de 2015

ESAS PEQUEÑAS COSAS



"La mente es caprichosa e injusta, así, olvidamos algunos asuntos y otros, no sabemos ni cómo ni porqué, vuelven a nuestra memoria cada vez que cerramos los ojos y los evocamos.

Mi memoria siempre ha sido frágil, así, que me acostumbré desde pequeña a jugar a recordar, y cuando algo llamaba mi atención y no quería que se me olvidara, ponía mis cinco sentidos en alerta máxima. Por ejemplo, si un día habia sido muy feliz, por la noche en mi cama, recordaba qué había comido ese día, qué vestido habia llevado puesto... y de esa manera guardaba para siempre ese instante efímero, que se convertía en pasado, nada más haberlo vivido.

La mayor parte de mi infancia y juventud la pasé en una casa grande y un poco destartalada típica de la Huelva de los años sesenta, cuando aún el boom inmobiliario estaba echando los dientes, y todavía no se había convertido en ese gran monstruo que terminó enguyendo a la mano que le daba de comer.

Si cierro los ojos, o aún con los ojos abiertos, soy capaz de recordar mi habitación de aquella casa, con la cama de níquel, que parecía de plata y yo la imaginaba como si fuera la carroza de una princesa. En esa cama pasé, debido a mi asma, muchos momentos entrañables y solitarios y a ella le debo mi afición a la lectura y a la escritura que todavía hoy, muchos años después sigo conservando.

Desde esa cama escuchaba a mi madre trajinar en la casa, a mi abuela pedirle los avíos para hacer el gazpacho, la radio con las voces graves de los locutores de entonces, los sonidos de la calle, apenas un coche en toda la mañana, el griterío de mis amigas a la salida del colegio, el canto del heladero, "helados chambri" que nos rompía el silencio de la siesta...

Muchas de las personas que compartieron conmigo esos momentos ya no forman parte del paisaje que rodea ahora mi vida, pero yo las traigo a mi memoria cada vez que cierro los ojos, o aún con los ojos abiertos."   
                                                                                                 Toñi Gavira

La casa de mis abuelos

Recuerdo la casa de mi abuela. Entrabas por la pequeña puerta lateral y al principio entrabas a ciegas, como los toros salen a la plaza, como cuando se cruza una puerta aún desconocida. Cuando tus ojos se hacían a la oscuridad que había dentro, ya que el salón y cocina se iluminaban con solo una pequeña ventana, veías a mi abuela en el fogón, preparando la comida, el olor a chamusquina característico de sus guisos, ya que mi abuela no entendía de fuegos medios, o apagado o al máximo. Aún así, vendería mi alma al demonio ahora mismo por un plato de sus papas con chocos. Junto a la copa de cisco, a veces con su aroma a romero, estaba mi abuelo, sentado en el sofá, con sus pies en la palangana de agua fría mezclada con bicarbonato, para calmar el cansancio de todo el día de caminata. Aquella casa también olía al aroma sutil del jazmín, la buganvilla, el níspero y el mayuelo, todos en el patio, esperando, testigos mudos de la historia de la familia y, a veces, colaboradores necesarios para el sustento.
También recuerdo aquellas veces que mi prima-hermana, más hermana que prima, y yo nos metíamos en la habitación de mi tía, solo un poco mayor que nosotras, una joven que vestía sonoros tacones de aguja y minifalda de cuero, a lo 'madonna'. Ella nos permitía sin una sola queja ni obstáculo ponernos su ropa, maquillarnos con sus pinturas y 'bañarnos' en su perfume. Era un paraíso, un mundo entero por explorar, donde yo quería permanecer por siempre.
Ya de mayor, recuerdo el primer día que dormí en casa de mi abuela después de una larga temporada de idas y venidas, lejos de casa, entonces el aroma a sábanas limpias mezclándose con el suave jazmín y la dama de noche, la temperatura agradable de julio, el silencio de la noche, la sensación irrecuperable de que nada malo puede pasarte porque donde estás es una fortaleza invencible, donde no tiene cabida ninguna maldad, ni sentimiento negativo, porque mis abuelos estaban allí, y con ellos siempre estaría A SALVO.

domingo, 26 de abril de 2015

ENTRE CASAS

                      
Yo  nací en La Nava, Corazón de la Sierra de Huelva. Allí y, sobre todo en mi alma, permanecerá siempre mi casa: aquella en la que me crié junto a mi padre, mi madre, mi hermana y mi hermano y en la que dejé muchos rincones, secretos, sensaciones y recuerdos, que formaron parte de la trama de mi infancia. Pero, si yo me bajo de su alto umbral gris de granito y subo calle arriba, tendré que caminar de un lado a otro y cruzar además cuatro puertas, para poder rescatarlo todo plenamente. Porque yo siempre viví, entre casas.

Los laterales de cada una de las baldosas de mi casa no medían más de una cuarta. Y si las avistabas de una en una, intuías un dibujo geométrico en tonos blancos, rosados, amarillos, marrones y grises, que no sabías descifrar exactamente. La gracia estaba en armonizar las cuatro baldositas cuadradas. Porque entonces, descubrías un preciosa flor de extremos puntiagudos, rodeada de caminitos circulares por los que, incluso, podías perderte paseando la mirada. De todas formas; lo que siempre me atrajo de la solería de mi casa, fue esa mezcla de sencillez y solidez que, al observarla en su conjunto, desprendía un cierto aire de frescor, con sabor a solera.

En La Nava, si sales por el día en el mes de Agosto, te da de pleno un aire calentón que te reseca y no deja abrir los ojos bien para mirar. Así que, entrar en casa era todo un alivio, pero la puerta se encajaba siempre; por eso, tenías primero que acertar. Con la mano derecha, había que agarrar con cierta fuerza una llave de hierro bien grandota, hasta que su parte final redondeada quedara firmemente atrapada entre tus dedos y, una vez que sentías el áspero metal bien sujetado, coger un buen impulso, nada despreciable, y subir el umbral. Ya arriba, apoyabas la mano derecha sobre la otra hoja y echabas todo el peso del cuerpo hacia adelante. Casi siempre notabas unas grietecillas y hasta el olor de la pintura marrón recalentada y, una vez que estaba todo controlado, dejabas descansar la rodillita sobre la parte baja de la puerta y, de esa guisa, dabas el empujón final. Si el esfuerzo no había sido suficiente, tendrías que volverlo a intentar, aunque el camino ya estuviera medio andado. Pero si con tu esfuerzo hubieras conseguido ya la empresa, la puerta se abriría con alegría. No sin que antes, oyeras un buen chasquido seco y, por supuesto, un vibrar de toda la madera. Pero…en casa al final.

En las noches de verano, yo tenía encomendado dos trabajos que eran irrenunciables: Ir por la leche  y hacer el gazpacho y, siempre los hice con verdadero regocijo.

El gazpacho lo hacía siempre en el patio, envuelta entre esparragueras y geranios, y colocando encima de una mesa de madera con hule todo el poderío de la huerta de mi abuelo, el lebrillo redondo de barro amarillo y la machacaera de madera, color canela, conseguido en el tiempo por el uso y el contacto del agua y la humedad que lleva la hortaliza.

De aquella casa, tengo mezclados, el sangrante sabor de los tomates rojos, que embotellábamos tan despiadadamente con el palo, y la dulce acidez de los melocotones. Tengo la imagen de mi madre cogiendo ese manjar del árbol, con su pañuelo atado a la barbilla y una camisa con la manga larga, para evitar que le invadieran las pelusillas picantes todo el cuerpo. Llego a tocar los bordes del lebrillo a rebosar de roscos y borrachos, que tantas veces comimos a hurtadillas, porque no nos estaba permitido justo antes de cenar. Paseo mi vista por el pozo blanco, con su cubo de zinc y sus macetas. Y subo a su corral. Desde allí, podría divisar todo El Lindazo, bajar de nuevo a casa y seguir recordando, pero voy a parar.

Subo un poquito mi calle y, justo a la derecha, ya puedo entrar en casa de mi tía Manolita y mi Cascá, su hermano. Allí me encontraré con la bondad y la cultura juntas, viviendo entre maderas nobles, techos altos y una cocina amplia y luminosa, desde la que poder extender la vista al fondo y perderse en las huertas con sus lievas. Siempre me espera en esta casa el mimo culinario: me quedaré extasiada contemplando, cómo se van volteando entre las manos las croquetas, hasta redondearlas rematándolas en idénticos tronquitos. Descubriré perfectos picatostes que, como grandes columnas de un gran templo, terminarán la noche chorreando un denso y humeante chocolate Eureka. Y, por supuesto, no acabaré de entender nunca del todo,   cómo una maquinita de acero inoxidable va enamorando con paciencia el huevo y el aceite, hasta fundirlos como dos amantes en una pasta amarilla que se transformará en un suave manto raso que cubrirá toda la ensaladilla

Siguiendo recto toda la calle arriba, como todas las tardes,  vuelvo a besar a mis abuelos y a mi tía Reyes. Allí quiero paladear una vez más, ese sabor de la tostada con aceite,  hecha con verdadero Pan de Pueblo en la candela. Llegando al patio, podré hasta cobijarme bajo el aroma de un inmenso jazmín que atravesaba, de lado a lado, todo el arco de entrada de una escalera repleta de macetas que subía hasta el corral y, para hacerlo, tendré que ir sorteando un sinfín de gatos callejeros que vienen al auxilio permanente de mi tía, quien los conoce por su nombre real: que, naturalmente, es el que ella les ha dado por su cuenta, sin conocer si los felinos tienen otro propio.

Sigo ascendiendo toda la calle arriba. Llegaré al Puerto, hasta lo más alto. Aún tendré que subir una gran cuesta y rematar la senda donde acaba el Pueblo: es un Puerto sin mar. Allí es donde siempre estará mi abuela Andrea. Vestida con su larga y amplia falda negra y con su delantal. Con esa cara de sonrisa calma, esa tez blanca toda luminosa, sentada en el umbral que accede a un patio empedrado y a una parra y, después, al corral.

Mientras ella y mi madre hablan de cosas, con el pequeño transistor sonando al fondo, yo me despego toda silenciosa. Bajo los dos escalones y me deslizo tranquila, por un pequeño camino entre arriates donde crecen los nardos, los geranios, la margarita blanca y otras, de las que no conservo un especial recuerdo y comienzo a acechar. Y estoy un rato así, hasta llegar a ellas… De entre todas las plantas que regara mi abuela, yo iba siempre por la tarde, a coger entre mis manos: un ramito de albahaca.

Dejo a mi abuelo Antonio por allí trastarreando, fijo la mirada en la pequeña candela, que siempre tiene arrimado un pucherillo de barro con algo de comida y salgo a pasear.

Y muy cerca de allí, desde otro lugar mucho más alto, les lanzo a cada cual una tierna sonrisa hecha con alma, la que me queda de todo su amor y sus recuerdos, que estarán siempre rondando: entre casas.




                                                                                     Pepa López Ríos
                                                                                     Abril, 2015



Mi refugio

Mi refugio


Cierro los ojos y la veo, casi puedo tocar su delantal recogido a un lado, al trasluz de la cocina, resaltan las llamas azules del gas golpeando la inmensa cacerola roja ,y la hervidora de leche , acumulando esa manta espesa de nata .
Mujer menuda decorada con color negro desde siempre y para siempre , con roete en la nuca perfectamente definido como su carácter, agridulce .
Al recordarla , cierro los ojos y huelo sus guisos a fuego lento , sus flanes reposando en el patio al atardecer en primavera , esperando ser servidos de postres .
Aquellas mañanas de domingos que olian a pan recién hecho , en el zaguán ,sin privarme de pellizcar algún bollo aun  caliente .
Estuviera donde estuviera , cuando llegaba a casa  me sentía protegida, allí no me podía pasar nada malo .
Era una casa grande quizás demasiado , aunque a veces se me hacia pequeña , cuando corría de su zapatilla en mano.
Esta inmensa casa , no siempre fue así, se fue haciendo con la familia , al pasar del tiempo, en algunas décadas paso de ser una cochera en un  solar abandonado en el campo,que daba  refugio  a una pobre viuda con sus 7 hijos , a una casa envidiada en el entorno.
Fue creciendo  ,construyéndose lentamente , junto a lágrimas , risas , esfuerzo y el trabajo duro de toda una familia, del cual participe bien poco , me lo dieron todo hecho, al igual que tantas cosas.
Llego un día en que abandone este refugio de la mujer de negro , vestida de blanco , para crear el mio propio ,era un día raro, entusiasmo, ganas y mucho amor en discordancia con mis miedos e inseguridades .
Todo ello trazaba la ruta hacia mi segunda casa , una casa con olor a nuevo , todo estaba por estrenar , hasta mis habilidades para cuidarla, conservarla y hacerla crecer.
Golpea mi recuerdo ese olor  a lentejas quemadas, nunca lo olvidare, como el olor a lejía que impregnaba mis manos sin abandonarlas , aun al recordar siento picor y escozor en ellas.
La falta de sol directo sobre nuestra casa me producía tristeza, quise suplirlo pero no fui capaz .
De vez en cuando , caminaba hacia atrás y buscaba la figura de la mujer de negro con roete , me calmaba su olor a café , a pucheros , su propia imagen era mi sedante .
MI AMIGO
            Aquel sonido de campana llegó hasta el aula como hacía casi tres meses que no sucedía. Por fin podríamos relajarnos un rato. Eran duras las primeras horas después de tanto tiempo.
            Levanté la tapa de madera de mi pupitre, por cierto, más viejo y ajado de como lo recordaba, y sentí el olor a chorizo de mi bocadillo. Le quité con cuidado el papel de estraza que lo envolvía y me dispuse a dar cuenta de él en la fila, mientras veía con pesar la tristeza que impregnaba la cara de mi compañero.
            Sabía qué era lo que le ocurría. No le gustaba volver al cole después del verano. Aquello significaba separarse de su familia y recluirse en el austero y lúgubre internado del colegio.
            Le ofrecí un pedazo de mi bocadillo con la intención de animarlo un poco, pero no tuve suerte.
            Nos acercamos a los árboles del fondo del patio, aquellos tan lejanos que los maestros apenas podían vernos y donde hacíamos realidad todas nuestras peores ideas.
            Un intenso olor a humedad se esparcía por toda la zona, recordándonos que el verano iba quedando atrás y que pronto vendrían las nieves del invierno. Me subí a uno de aquellos frondosos árboles que el calor del estío no fue capaz de desnudar, mientras mi amigo, aún con rostro serio, me esperaba sentado en la fina arena que me protegió del porrazo que me di al resbalar desde la rama donde imitaba ser un pájaro.
            De pronto volvió a sonar aquella campana, que en este momento se me antojaba maldita: la hora de volver a clase había llegado.


TÉCNICAS CREATIVAS PARA LAS NARRACIONES
UN PASEO ACCIDENTADO
Nació entre algodones, su padre el Rey Serafín II de Bermalia poseía la mayor parte de las tierras del reino. En su infancia nunca le faltó de nada, todo cuanto pudo desear le fue dado antes siquiera de pedirlo.
Cuando apenas contaba con diez años, le regalaron al que, a día de hoy, era su mejor amigo, un pequeño potro con el que pasaba la mayor parte del día. Con él descubrió los campos y praderas que rodeaban el castillo, daban largos paseos al atardecer y descansaban a la sombra de los árboles las tardes de estío.
En una de aquellas tardes estaban cuando se acercó hasta ellos una anciana que se le antojó un tanto peculiar: vestida de negro desde la cabeza hasta los pies, sus ropas parecían llevar adosadas a su cuerpo toda la vida. Se fijó especialmente en sus zapatillas que dejaban ver una uña negra y larga en cada pie. Su rostro no era mucho más agradable: los surcos alrededor de los ojos delataban una larga y penosa vida. Su mirada penetrante le hizo sentir un escalofrío que lo recorrió de arriba abajo. Apoyada en un bastón, caminaba lentamente hasta que llegó junto a él.
El Príncipe se levantó de un salto:
-          ¿Qué desea señora? – preguntó cortésmente a la anciana.
Y sin darle tiempo a reaccionar tocó su hombro con el bastón, haciéndole perder el conocimiento de manera fulminante.
-          Ya te enseñaré yo a no pasearte por mis dominios – aquella voz sonó como un trueno en el silencio de la tarde.
Y tocando de nuevo con el bastón el árbol que antes había servido de almohada al Príncipe, abrió un hueco en el tronco por el que dos ramas lo arrastraron hasta su interior.
Tras él sonó un estruendo cuando el árbol volvió a su aspecto habitual cerrando la entrada. El caballo asustado corrió veloz hasta el castillo, mientras la anciana cerraba la puerta con una llave que guardó en su mugriento delantal.
En el interior, el Príncipe, poco a poco iba recuperando la conciencia. Abrió los ojos, pero no pudo ver lo que tenía a su alrededor.
Todo era oscuridad, de pronto el miedo empezó a apoderarse de él, sintió cómo las manos comenzaban a sudarle y, a su vez, una gota caía por su frente. Estaba aterrado, nunca había vivido una situación de aquella índole.
Con las pocas fuerzas que tenía, intentó incorporarse al tiempo que gritaba llamando a su caballo, pero no obtuvo respuesta. Por su mente comenzaros a sucederse las más terribles de las imágenes, se sintió desfallecer. Pero no podía. Él no era un cobarde, tenía que armarse de valor e intentar salir de aquella cárcel con forma de árbol.
Miró hacia arriba y vio un pequeño rayo de luz que entraba por un hueco del tronco. Como pudo, escaló por su interior hasta llegar a la que podía ser su salida. Pero era demasiado pequeña.
            “¿Qué puedo hacer?”, pensó mientras comenzaba a dar patadas alrededor del hueco para intentar hacerlo más grande. Una hora más tarde, cayó el primer trozo de tronco hacia fuera dejando espacio para que la luz del sol entrara con más intensidad. Poco a poco aquel pequeño agujero se fue haciendo cada vez mayor. Hasta el punto de que el Príncipe pudo salir al exterior a través de él.
            Una vez fuera, no podía creer lo que le estaba sucediendo. Aquello estaba tan alto como la torre de su castillo. Miró hacia abajo y descubrió con gran susto que era imposible bajar. El tronco era totalmente liso, no había donde apoyarse. Pero además, lo peor de todo, lo descubrió cuando su vista se alejó un poco del pie del árbol. Allí, sentada en una roca, estaba su carcelera, aquella vieja sucia y maloliente lo vigilaba desde abajo rodeada de seres que jamás había visto, tan horripilantes como ella, con aspecto de demonios con dos cabezas, cuernos tras las orejas, pieles resquebrajadas y soltando un olor a podredumbre que llegaba hasta él. Sintió fatiga solo con mirarlos.
            Pero además se dio cuenta de que estaba perdido, no podía hacer nada para escapar de allí. Se sentó en la oquedad que él mismo había abierto y se dispuso a pensar en cómo solucionar aquella situación, cuando la malvada vieja le habló desde abajo:
-          ¿Quieres bajar, verdad? ¡ja ja ja ja! – aquella ronca carcajada lo asustó más incluso que los alaridos que a la vez soltaron todos aquellos fétidos esperpentos que la rodeaban. – Pues solo lo vas a conseguir – prosiguió – si te casas conmigo ¡ja ja ja ja! – de nuevo aquella terrible risotada y aquellos gritos…
No podía ser, esto no le estaba sucediendo. Se frotó los ojos en un vano intento de despertar de aquella pesadilla. Pero cuando los abrió comprobó que se trataba de una cruel realidad.
Caía la noche y seguía apostado en lo alto del árbol con una jauría de hienas deseosas de que resbalara y cayera para hacer con él las más esperpénticas de las atrocidades.
Pero de pronto, el cielo comenzó a iluminarse con unos destellos azules y malvas que provenían de la dirección donde se encontraba su castillo. No podía creerlo, algo, que no conseguía vislumbrar qué era, venía volando hacia él rodeado de un aura mágica llena de estrellas. Se acercaba poco a poco, cada vez lo iba viendo mejor. Aquello era… ¡sí! ¡Su caballo!
La legión de energúmenos, capitaneados por la mugrienta vieja, también miró hacia aquel alado corcel quedando todos cegados por la luz que del mismo emanaba y a la que no estaban acostumbrados en su lúgubre mundo.
El caballo paró frente al Príncipe y se colocó de forma que éste pudiera montarse en él. Una vez arriba, dio media vuelta para volver al castillo, pero antes dejó caer sobre el grupo de extraños seres una rociada de polvos mágicos que los hizo desaparecer dejando aquellas praderas limpias de todos esos despojos.
El muchacho se abrazó al animal y le acarició las crines a modo de recompensa. Aún se preguntaba cómo tenía aquellas alas. Nunca se las había visto. Pero ahora eso no importaba. Lo importante era que estaba libre y que en breve llegaría a su hogar.
Una vez allí, su padre le explicó que era conocida por todo el Reino la existencia de aquella malvada bruja y su séquito pero que a él no le habían querido contar nada para que no fuera con miedo a sus paseos por el campo. Así que por eso mismo decidieron regalarle aquel mágico animal que lo sacaría de los apuros en caso de que se encontrara con ellos. Hasta ahora no había sucedido y por eso el animal no había tenido que desplegar sus alas mágicas que llevaba escondidas no se sabe dónde.
Desde aquel día, el Príncipe y su caballo, libres de todo peligro, salían a pasear como de costumbre, pero también, de vez en cuando, daban una vuelta por las alturas para contemplar aquel maravilloso reino que poseían.
Y colorín colorado…


            

ATRAPADA


RELATO construido bajo la siguiente propuesta descabellada:  

¿Te impresionaría ver avanzar entre nosotros la muralla China?


   
Vestida de novia, con mi traje blanco inmaculado y sin flores de azahar, me recosté en el hombro de mi amado y le dije:

- Alfonso, por dios, vámonos pa Cai que aquí to er mundo es iguá, anda mu ligero  y esto no nos puede traé na bueno. ¡Yo estoy cansá¡

- ¡Ay Amparo, picha! ¿Pero tú crees que se puede una lleva to el viaje de novios con el traje puesto y esos taconasos de aguja? ¡Cómo pa no está reventá!

Lo miré de reojo y pensé. Tiene razón, pero después de llevarme tantos desengaños con los novietes, yo me quiero sentir novia todos los días que dure el viaje, que luego ya se lo que me espera: delantal, guantes de látex y lejía.

De pronto, vi el peñasco moverse y escuché en mi cabeza el fiero rugido de un león salvaje.  

- Alfonso…¿Qué ha sio eso?

-No sé mi arma. Yo lo que he sentío es como si estuviera Camarón en er tablao.

Volví a mirar al frente y luego a él, preguntándole no del todo convencida:

  - ¿Nosotros estamos en China verdad? O sea… ¡que no nos hemos venío de viaje de novios a un Safari!

– Ta claro picha…¿po no ves la Muralla?, me respondió.

Yo veía sí, pero no precisamente el monumento. Allí donde la piedra tenía grietas rocosas afiladas como cuchillos, se abrían de par en par bocas gigantes que tragaban todo tipo de objetos: abrigos, maletines, chupetes, móviles, carritos de bebé…
Entrecerré los ojos, arrugué la frente, me metí los dedos en la boca y los chupé. Era lo que hacía siempre, desde chica. Cada vez que me entraba algún agobio, yo me metía los dedos en la boca y babeaba.

Cuando fui a echar mano del bolso nacarado, herencia de mi abuela, que con tanto amor me había entregado mi madre el día de la boda… el bolso no estaba. ¡Coño, que se lo ha tragado la montaña!

Fijé mi vista en el suelo y descubrí que aquellas escaleras empezaban a moverse arriba y abajo como teclas de piano, y con ellas también yo me movía. Y mi Alfonso, por supuesto.  Al compás de Bethoven. En la 5ª estábamos: ta,ta,ta,taaaaaaaa…. ta,ta,ta,taaaaaaaa. Y en acabando el último taaaa, mi cuerpo subía por lo menos cinco metros.

En uno de los lanzamientos, me vi reflejada en un espejo enorme que habían colocado un grupo de cineastas, que estaban por allí rodando una peli. Como pude, ladeé un poco la cabeza con intención de comprobar cuál era exactamente mi posición en el espacio, y si existían realmente posibilidades de no descoyuntarme. Vi cómo la cola de mi vestido blanco volaba,  graciosa y despreocupadamente, como alas de mariposa. Pero los ojos se me quedaron como platos, cuando observé que el monumento había enganchado de un bocado, el fino tul bordado de lentejuelas y  me lo estaba engullendo con desprecio.  La unión de la piedra marrón y el velo blanco, me hizo pensar en un pastel coronado de merengue. Pero la cosa, no estaba para saborear.

La Muralla comenzó a avanzar, primero lentamente y, a cada paso que daba, iba tragando un trozo de mi velo. Sentía yo, como ya estaba empezando a tirarme un poco la cabeza y, en cierta forma, yo no tenía dónde sujetarme. ¡Ay, que me estaba rozando el lateral de un hombro! Al poco tiempo, ya vi letal el avance de aquel monstruo y sentía clavándose en mi cráneo,  como si de colmillos se trataran,  aquellos tubos blancos de aluminio que había tocado un rato antes como pasamanos.

  Tan deprisa estaba siendo ya el avance de aquel monstruo, que me veía metida ya en la piedra…Cuando, de pronto, note el dolor de un zarandeo en mi costilla y la cara descompuesta de mi Alfonso, que gritó:

- ¡Amparo, picha! ¿Esta toallita también es der chino hija? ¡Po rasca con cojones! ¡No compres ya ma tiestos mujé, que hase ya diez años que nos casamos y está la casa abarrotá¡



                                                                                              Pepa López Ríos
                                                                           22 Abril 2015



DOMINGO DE LLUVIA PARA ESCRIBIR



En la entrada de Hopper para narrar de este mismo blog podréis encontrar qué hicimos en la sesión del miércoles 22 de Abril y la fotografía de algunas obras del pintor estadounidense. Nuestra propuesta de trabajo de esta semana consiste en realizar una narración a partir de una de esas pinturas, prestando atención a los personajes, acción que transcurre y a los paisajes interiores y exteriores en los que se mueven cada uno de ellos. ¿Qué tal van esas propuestas?...

sábado, 25 de abril de 2015

Técnicas creativas para trabajar las narraciones en el aula (baterías de personajes)

FORMULA UN DESEO

Personajes protagonistas: hipopótama escéptica, gorila inocentón, cerdito valiente.
Personajes antagonistas: orangután servil, serpiente astuta, elefanta envidiosa.
Personaje mediador: el niño que vino de la nieve.


        Érase una vez que en un barrio de Huelva había una frutería regentada por una hipopótama muy seria. Atendía con eficacia a la clientela, pero nunca sonreía. Cada vez que en la tienda surgía una conversación sobre los diversos avatares de la existencia, ella se limitaba a escuchar en silencio para acabar espetando un lacónico: “¡Bueno, pues allá cada uno con su conciencia!”
         La señora Hipopótama vivía con su hermano, un gorila inocentón, que se ganaba la vida conduciendo los autobuses de Emtusa. Ambos hermanos no se llevaban ni muy bien ni muy mal. Pero cuando llegó la Feria de Sevilla Hipopótama le dijo a Gorila: “¿Sabes qué te digo? Me gustaría que me llevaras a los toros”. Gorila abrió unos ojos como platos: “¡¿Quéeeeeeeee?!” “¿Qué pasa?” –replicó ella-; “quiero ver una corrida”. Gorila pensó que era una ventolera que se le pasaría pronto, pero Hipopota  -así la llamaba- insistió tanto que accedió a llevarla en uno de los autobuses de línea, que tomaría prestado una tarde que tuviera libre. Pero, como era tan ingenuo, Gorila contó su plan al día siguiente en el bar donde se reunía con otros conductores de Emtusa, entre los cuales se encontraba Elefanta, que era muy envidiosa. Cuando ésta lo oyó corrió a chivarse a Serpiente, que era la jefa de servicio. Y esta dijo: “¿Ah, sí? ¿Con que quiere llevarse un autobús por la cara para irse a Sevilla con la hipopótama de su hermana? ¡Eso tendremos que verlo!” Sigilosamente se fue a hablar con un subordinado al que usaba para los “tabajillos sucios” y que no era otro que el orangután servil.
-¡Orangután!
-Dígame, jefa.
-Me he enterado de que el cretino de Gorila se quiere llevar un autobús para pasear a su hermana por Sevilla. ¡Vamos a pillarle con las manos en la masa! Te vas a quedar en el hangar escondido esta tarde, y cuando veas que el gorila entra y se sube a un autobús, tú sales de repente, lo cierras todo rápido para dejarle encerrado y me llamas a continuación.
     A Orangután no le hacía ni pizca de gracia quedarse después del trabajo escondido en el hangar, pero, como era tan servil, sólo dijo:
-Con mucho gusto, jefa.
     Pocas horas después, mientras Orangután permanecía agachado detrás de una pila de grandes ruedas de autobús, esperando sorprender a Gorila, se abrió la puerta de uno de los autobuses que había allí estacionados y se bajó de él un niño blanquísimo (porque venía de la nieve), con cara de acabar de despertarse de la siesta.
-¡Anda! ¿Dónde estoy? –dijo más divertido que preocupado. Orangután, que lo vio desde su escondite, se quedó asombrado: ¿qué hacía ese extraño niño dentro de un autobús que llevaba ahí dentro ya algún tiempo? Se levantó y le preguntó:
-Oye niño, ¿tú quién eres? –Él le contestó:
-Yo iba montado en este autobús pero me he quedado dormido en mi asiento y me han traído hasta aquí. Y usted, ¿quién es?
-Yo trabajo aquí, ¿no lo ves? Venga ‘pafuera’ ahora mismo, grññ, grññ… -dijo Orangután que, cuando se ponía nervioso, emitía gruñidos de simio.
      Pero el niño que venía de la nieve ofreció a Orangután un vaso de leche merengada granizada que sacó de no se sabe dónde. Aunque Orangután estaba intranquilo porque pensaba que Gorila iba a aparecer en cualquier momento, aquel vaso tenía un aspecto tan increíblemente apetitoso que lo cogió de un manotazo y se lo bebió de un trago. Inmediatamente comenzó a ver angelitos monos revoloteando por todo el hangar, mientras le invadía un sueño dulcísimo que acabó con él por los suelos soñando con toda aquella tropa angelical junta.
      A la mañana siguiente, en el bar de los conductores, Serpiente hablaba con Orangután:
-¿Qué? ¿Apareció por allí ese ceporro del Gorila?
-No, no, jefa. Yo estuve allí vigilando atentamente, y no hubo ninguna novedad.
-¿Y hasta qué hora te quedaste?
-He estado allí toda la noche, jefa, para cumplir sus órdenes.
   Serpiente le miró incrédula, y se fue a sus quehaceres. En la barra del bar, algunos empleados cuchicheaban entre risitas que habían encontrado a Orangután por la mañana durmiendo como un bendito en el hangar: “¡Menuda cogorza habría cogido!”, comentaron. Gorila también estaba allí, hablando con su mejor amigo, el Cerdito valiente. A Orangután le pareció que Gorila movía a veces los brazos como si estuviera toreando, pero no se fijó mucho porque se sentía un poco aturdido.

      En la frutería del barrio, Hipopótama escuchaba a la clientela con su habitual e impasible cara de esfinge. Pero esa tarde, en casa, mientras reposaba viendo los documentales de animales de la dos, miró a su hermano, que dormitaba en el sillón de al lado. Sus ojos brillaron de cariño.

miércoles, 22 de abril de 2015

LA PLUMA ESTILOGRÁFICA (objeto que me tocó palpar sin verlo y me provocó sensaciones)

[Toqué una serpiente rígida que contenía un veneno inyectable con forma de tinta (un crítico). Luego vi que era el cetro de un emperadorcito bizantino (el poder disfrazado de lujo).]

El sanguinario jefe del estado firmó con su lujosa pluma estilográfica la última sentencia de muerte promulgada a través de un decreto dictado, escrito, aprobado y publicado. Esa pluma tan estilosa y tan gráfica estaba investida de tal pompa, de tales rubíes, filigranas y decoraciones de taracea que nadie osaba dudar de que todo lo que con ella se escribía fuera verdadero, ni siquiera los ajusticiados, quienes forzosamente sentían que al menos era una muerte más digna que otras al estar sancionada por la magnificencia del orden.

LA CASA MALDITA

Aquella casa que alquilé en Aracena a finales de 2001 tenía demasiadas camas y era demasiado barata: veinticinco mil pesetas de la época. Y demasiado fría... El baño estaba en la planta de arriba, y más de una vez, mientras me cepillaba los dientes frente al espejo, noté cómo pasaba alguien detrás de mi, fuera del cuarto de baño. Era una presencia fugaz, y ahí empecé a sospechar.
Una noche, en el cuarto donde dormía, y que tenía completamente a oscuras, con la persiana bajada y la puerta cerrada, me desperté hacia las cuatro de la madrugada y vi iluminado con una luz roja al chaquetón que tenía colgado en la percha que había en una pared al lado de la cama. Era imposible que luz alguna pudiera haber penetrado en la habitación. Todo estaba oscuro, salvo aquel vibrante refulgir rojizo sobre la grisácea tela del tabardo. Opté por taparme con las mantas hasta la coronilla, y por cerrar los ojos y dormir, pensando en que se había tratado de una alucinación. Por la mañana comprobé, en efecto, que el cuarto estaba herméticamente cerrado a la luz.
Llegó el día de la evaluación antes de Navidad. Aquél día dormí la siesta en un cuarto que daba al salón en la planta baja. Cuando desperté les vi ahí: eran personas translúcidas y blanquecinas sentadas alrededor de la mesa del salón y paseándose. Me aseguré de abrir bien mis ojos para cerciorarme de que no se trataba de un sueño. Vi cómo las figuras se desvanecían en unos segundos. Llevaba mucho estrés acumulado y me dio un ataque de ansiedad, por lo que llamé a un compañerod el instituto, quien me acompañó al ambulatorio donde me inyectaron valium para calmarme. A la vuelta se ofreció a dormir en el salón. Le preparé un colchón que puse cerca de la chimenea, tanto era el frío. Por la mañana dué a hacer la evaluación en mi lugar, y yo acudí al médico a por la baja. Cuando volví a la casa, salía humo por la puerta de la calle. Un coche de los municipales pasaba por allí y uno de ellos entró con un extintor pero salió enseguida pues casi se ahoga. Los bomberos no tardaron ni cinco minutos en llegar. Por suerte los destrozos fueron superficiales. El incendio, provocado por una chispa de los rescoldos de aquella chimenea que no tenía chispero, había comenzado no antes de diez minutos atrás, al prenderse el colchón que aún estaba en el suelo.
Tuve que irme a vivir a los apartahoteles del pueblo.Al poco tiempo me enteré de que, por desgracia, una chica que trabajaba en el cuerpo de bomberos falleció trabajando en otro servicio.

Pisé, ¡Já!, mi malla.

Binomio Pijama/Semilla

Una vez vi un pijama que, si se enterraba y se regaba, crecían pijameros, que daban una fibra con la que se fabricaban hilos y telas con las que confeccionar nuevos pijamas muy gustosos para dormir.

El número Pi se jama a todos los números. Pí no es sólo 3,14, sino 3,14159265358979323846... y no tiene nada que ver con la palabra "semilla", que como bien se sabe es "Sevilla" mal escrita. "Semilla" se debería escribir por separado y con y griega, "semi ya", que significa casi ya, es decir, lo inmediatamente pasado o lo inmediatamente futuro.

Si combinamos las sílabas de las dos palabras (PiSe JaMi MaLLa) me hace pensar en un cazador que se olvidó de dónde puso la trampa, una red escondida en el suelo de la selva, y cuando fue atrapado dijo "Pisé a mi malla".

PROPUESTAS DESCABELLADAS

n¿Qué crees tú que haría un leñador en el desierto del Sáhara?
n¿Cuál sería tu reacción si una mañana, estando solo/a en casa, llaman a la puerta y un cocodrilo te ofrece educadamente un detergente?
n¿Dónde crees que estará ahora el agua con el que te has lavado esta mañana?
n¿Qué crees que pensarán los sapos de las ranas?
n¿Qué receta inventarías para que ladre un perro mudo?
n¿Te impresionaría el ver avanzar entre nosotros la muralla china?
n¿Cómo reaccionarías si comprobase que, efectivamente, ese elefante en celo que acabas de contemplar en el zoo te persigue con aviesa intención?
n¿De qué color son los aminoguanas o guanaminos?¿Crees que tienen experiencia previa o actúan por pura intuición?

n¿Cómo les venderías unos zapatos a una tribu de bosquimanos?¿Cómo los convencerías?

HOPPER PARA NARRAR


Esta tarde nos adentramos en las técnicas Narrativas, nos centraremos en los personajes, la acción y los paisajes interiores y exteriores. Practicaremos alguna técnica divertida para poder conmemorar en el aula el Día del Libro y tendremos un invitado muy especial: Edward Hopper, el pintor estadounidense que nos invitará a narrar a partir de sus pinturas...
Os dejo un enlace de la biografía del artista http://es.wikipedia.org/wiki/Edward_Hopper

martes, 21 de abril de 2015

Binomio Fantástico: La Gran Noche.

BINOMIO: Caseta- Fiesta.
" La Gran Noche"
Aquella tarde le había rogado y rogado a su padre que le dejara ir a las fiestas del pueblo. Sus amigos habían hecho un grupo y habían puesto en pie una caseta en las fiestas patronales, lo cual sería un hito en la historia de su pandilla. Elena tenía catorce años, casi quince, era buena estudiante y una chica responsable, casi siempre, pero había algo dentro de ella, un sentimiento de desasosiego que le indicaba que su vida esperaba más, más y mejor.
Por lo pronto, había conseguido su objetivo más inmediato, acudir a la cita con sus amigos. Cuando llegó a la caseta se asustó, algo no estaba bien. Su amiga Ana, una de las chicas, estaba en una esquina llorando desconsoladamente rodeada de otras tres o cuatro amigas y su novio, Juan, en la esquina opuesta, cabizbajo. Sabía que esto pasaría, lo sabía. Eran la pareja de la pandilla pero todos sabían que aquello no llegaría muy lejos. Se acercó hacia donde estaba Ana, ésta, al verla, se lanzó a sus brazos. Habían compartido mucho, incluso, en secreto, el amor por Juan, aunque Ana no lo sabía claro. Elena intentó consolarla y hacerle ver que eran peleas y cosas normales entre parejas, que su amor seguiría intacto, pero fue imposible.
La noche no llegó a empezar cuando ya estaba acabada. Después de aquel comienzo no hubo forma de crear un ambiente festivo y todo fue una gran decepción. Después de todo lo que Elena había rogado a su padre para que le diese permiso ...¡Qué pena!
Siempre recordaría ese día, más por lo que pudo ser que por lo que realmente fue.

OLD DEVIL MOON

Binomio fantástico: IGUALDAD/LUNA


- Papá, ¿qué significa "old devil moon"?
- Bueno, será... "el viejo diablo de la luna".
- ¿En la luna vive un diablo, papá?
- Hombre, yo creo que no, pero... ¿quién sabe? A lo mejor, allí dentro de la luna, debajo de los cráteres...
- ¿Y qué es lo que hace ese diablo, papá?
- Mmmm... Nos observa fijamente desde allí, y hace que nos enamoremos de alguien cuando esa persona nos mira a los ojos con ternura.
- ¿Qué es enamorarse, papá?
- Uff. ¿Cómo te lo explicaría yo? Cuando conoces a alguien y te gusta mucho... te gusta cómo te sonríe, cómo te habla, cómo te mira, cómo se sienta, o se levanta... y te gustaría estar toooodo el tiempo al lado de esa persona, entonces, es que te has enamorado.
-¿Tú te has enamorado alguna vez, papá?
- Claro. Yo me he enamorado de mamá, y sigo estando enamorado.
- ¿Y de mí, papá?
- ¿Tú qué crees?
- Que sí; pero... ¿estás enamorado de mí igual que de mamá?
- Bueno... igual, igual... Nunca hay dos cosas exactamente iguales en la vida.
- ¿Por qué no, papá?
- Porque el tiempo pasa.
- No lo entiendo, papá.
- Ni yo tampoco.
- ¡Jooo, papá! ¡Tú sí!
- Yo no. Esas cosas sólo las sabe... el viejo diablo de la luna.

NOCHE OSCURA

Binómio fantástico: MURCIÉLAGO/IDIOMA


"...Cuando entró en la cueva sintió un frío que la caló hasta muy dentro. Percibió, o más bien intuyó, que no estaba sola, allí, en la oscuridad, pudo notar como había pares de ojos que la observaban desde arriba.
Siguió avanzando a pesar del miedo y comprobó, con cierta repugnancia, que esos ojos pequeños y redondos que la observaban, pertenecian a los numerosos murciélagos que, como ella, se resguardaban del frío y la lluvia del exterior.
Buscó un lugar en donde poder estar a salvo de esos pequeños seres, pero las múltiples leyendas sobre los murciélagos-vampiros la atormentaba y paralizaba.
Pensó si ellos estarían tan asustados como lo estaba ella, pero recordó haber leido en alguna parte que los murciélagos no ven (así que no la habian visto), que emiten unos sonidos para orientarse en la oscuridad. Ella empezaba ahora a escuchar esos sonidos,si, los escuchaba, sonidos ininteligibles y se preguntó, ¿en qué idioma hablarán los murciélagos?"


                                                                                         Toñi Gavira Martín

TE QUIERO , PERO NO TANTO


(Binomio : compromiso-desahucio)

· Me viene a la memoria la mañana en la que nos conocimos. Nos topamos, de casualidad en la barra de aquella cafetería del centro, abarrotada de gente con prisa, algunos, y otros desparramados en las frías sillas de aluminio con cara de no tener nada que hacer en todo el día.Llegamos juntos a la barra, tú pediste un café con leche y yo un té con limón, y una tostada, sí, los dos al unísono le pedimos a la camarera una tostada con aceite y tomate. fue ,entonces, cuando cruzamos nuestras miradas y sonreímos. ¡ Qué manera más tonta de coincidir! Entablamos una conversación de paso, pero, recuerdo cómo me mirabas fijamente a los ojos, casi sin pestañear. recuerdo cómo te interesaba todo lo que te contaba, incluso los detalles más simples de mi día a día. <te brillaban los ojos al mirarme. Eso, puedo confesar ahora, me enganchó a ti, debilitó mi voluntad, hacía mucho que nadie me prestaba toda su atención. Al poco nos comprometimos, algo grande nos unía, ambos sentíamos que aquella iba a ser una relación casi de por vida, como en las absurdas películas de final feliz. Alegría, esperanza, confianza, comprensión,entendimiento sin barreras, devoción, entrega... Yo no podía pasar sin ti, tu vida no tenía sentido sin mi, al menos, eso es lo que nos decíamos cada vez que estábamos juntos. ¿Qué nos ha pasado entonces? ¿ Dónde ha quedado aquella complicidad, aquellos guiños? Si te he hecho daño, si te he molestado, si no he podido darte lo que de mi esperabas, te pido perdón. Si me das una última oportunidad sabré merecérmela... 
- Señor Bou, le vuelvo a recordar que lleva seis meses sin pagar su hipoteca y que mi banco procederá a interponer el desahucio de no cumplir el compromiso que contrajo con nosotros hace 8 años. Buenos días

domingo, 19 de abril de 2015

LA FECHA

Yo estaba a punto de poner el dedo, para que me colocaran la alianza. Todo estaba preparado: la casa, el traje, la novia… Sólo faltaba la fecha, cuando la divisé dando un paseo por el campo, agachada sobre una planta de vincapervinca.

¿Le gustan esas florecillas?, le pregunté.  Sí, me respondió. Siempre me han entusiasmado porque son silvestres, sencillas… nada presuntuosas. Pero, tienen la fuerza del roble.

Aquellas palabras ya me cautivaron. No era normal escuchar parrafadas tan tiernas en boca de las mujeres del lugar. Ellas, casi siempre, hablaban de guisos y aclarados de ropa con añil. Tampoco eran culpables por ello. Vivían para alimentar a una cuadrilla de zagales y aliñar comidas con poca materia prima.

Aquella tarde, hablamos como descosidos de todo. Del canto de los ruiseñores, del agua del arroyo, del perfume de la albahaca…Hablamos de todo, menos del amor. Y, sin embargo, fue aquella tarde cuando nos enamoramos.

Siguieron otros encuentros, que siempre considerábamos fortuitos. Pero, a los que los dos, habíamos puesto hora de manera consciente.

Entre nosotros, flotó siempre la necesidad de mecernos entre sonrisas y palabras; pero, también existió un abismo inmenso que, cada día, se iba encargando de recordarnos dónde estaba nuestro lugar. Ocurría, en aquellos momentos en los que sosteníamos mucho tiempo la mirada, y era necesario hablar. 

Ella se lamentaba de que, en llegando Junio, tendría que marcharse. Una vez acabado el curso, ¿qué podía hacer una maestra solitaria en un pequeño pueblo como aquel? Terminada la interrogación con un suspiro, me preguntaba como quien no quiere la cosa: y entonces… ¿para cuando es la boda?

Yo, sin querer responder pero sin atreverme a no hacerlo, le seguía la conversación con la vista clavada en ninguna parte. ¡Ya está todo muy adelantado!, le decía.  Sólo falta…la fecha. Y, de nuevo, volvía a cruzarme con aquellos ojos vivarachos, que sonreían de puro movimiento.

- ¿Y qué fecha llegó primero abuelo?

- Pues, fue la noche de San Juan. Mientras el pueblo alborotado cantaba y bailaba alrededor de las candelas; ella se me acercó y, tímidamente, metió en el bolsillo de mi chaqueta una cajita de bambú forrada de terciopelo rojo. Luego, sin decir nada, se marchó.

Al abrirla, descubrí dentro un pendiente con forma de corazón y una pequeña nota, cuidadosamente doblada, que decía:

“A las maestras, nos gusta acabar el temario. Pero, me temo, que el 24 finalizan las clases. Felices Vacaciones.”
                                                                                                 
                                                       
Pepa López Ríos

* Relato construido con el binomio: Abuelo - Pendiente