Yo estaba a punto de poner el dedo, para que me colocaran la
alianza. Todo estaba preparado: la casa, el traje, la novia… Sólo faltaba la
fecha, cuando la divisé dando un paseo por el campo, agachada sobre una planta
de vincapervinca.
¿Le gustan esas florecillas?, le pregunté. Sí, me respondió. Siempre me han entusiasmado
porque son silvestres, sencillas… nada presuntuosas. Pero, tienen la fuerza del
roble.
Aquellas palabras ya me cautivaron. No era normal escuchar
parrafadas tan tiernas en boca de las mujeres del lugar. Ellas, casi siempre,
hablaban de guisos y aclarados de ropa con añil. Tampoco eran culpables por
ello. Vivían para alimentar a una cuadrilla de zagales y aliñar comidas con
poca materia prima.
Aquella tarde, hablamos como descosidos de todo. Del canto de
los ruiseñores, del agua del arroyo, del perfume de la albahaca…Hablamos de
todo, menos del amor. Y, sin embargo, fue aquella tarde cuando nos enamoramos.
Siguieron otros encuentros, que siempre considerábamos
fortuitos. Pero, a los que los dos, habíamos puesto hora de manera consciente.
Entre nosotros, flotó siempre la necesidad de mecernos entre
sonrisas y palabras; pero, también existió un abismo inmenso que, cada día, se
iba encargando de recordarnos dónde estaba nuestro lugar. Ocurría, en aquellos momentos en los que sosteníamos mucho
tiempo la mirada, y era necesario hablar.
Ella se lamentaba de que, en llegando
Junio, tendría que marcharse. Una vez acabado el curso, ¿qué podía hacer una maestra solitaria en un
pequeño pueblo como aquel? Terminada la interrogación con un suspiro, me
preguntaba como quien no quiere la cosa: y entonces… ¿para cuando es la boda?
Yo, sin querer responder pero sin atreverme a no hacerlo, le
seguía la conversación con la vista clavada en ninguna parte. ¡Ya está todo muy
adelantado!, le decía. Sólo falta…la
fecha. Y, de nuevo, volvía a cruzarme con aquellos ojos vivarachos, que
sonreían de puro movimiento.
- ¿Y qué fecha llegó primero abuelo?
- Pues, fue la noche de San Juan. Mientras el pueblo alborotado
cantaba y bailaba alrededor de las candelas; ella se me acercó y, tímidamente,
metió en el bolsillo de mi chaqueta una cajita de bambú forrada de terciopelo
rojo. Luego, sin decir nada, se marchó.
Al abrirla, descubrí dentro un pendiente con forma de corazón
y una pequeña nota, cuidadosamente doblada, que decía:
“A las maestras, nos gusta
acabar el temario. Pero, me temo, que el 24 finalizan las clases. Felices
Vacaciones.”
Pepa López Ríos
* Relato construido con el binomio: Abuelo - Pendiente
Es un relato muy dulce, Pepa. Has construido muy bien el ambiente del pueblo y el recuerdo tierno del abuelo, estupendo!
ResponderEliminarMe ha parecido fantástico. ¡Pero me habría encantado que los protagonistas acabaran consumando su romance! Es la nota "blue" de tu cuento.
ResponderEliminar