MI AMIGO
Aquel sonido de campana llegó hasta
el aula como hacía casi tres meses que no sucedía. Por fin podríamos relajarnos
un rato. Eran duras las primeras horas después de tanto tiempo.
Levanté la tapa de madera de mi
pupitre, por cierto, más viejo y ajado de como lo recordaba, y sentí el olor a
chorizo de mi bocadillo. Le quité con cuidado el papel de estraza que lo
envolvía y me dispuse a dar cuenta de él en la fila, mientras veía con pesar la
tristeza que impregnaba la cara de mi compañero.
Sabía qué era lo que le ocurría. No
le gustaba volver al cole después del verano. Aquello significaba separarse de
su familia y recluirse en el austero y lúgubre internado del colegio.
Le ofrecí un pedazo de mi bocadillo
con la intención de animarlo un poco, pero no tuve suerte.
Nos acercamos a los árboles del
fondo del patio, aquellos tan lejanos que los maestros apenas podían vernos y
donde hacíamos realidad todas nuestras peores ideas.
Un intenso olor a humedad se
esparcía por toda la zona, recordándonos que el verano iba quedando atrás y que
pronto vendrían las nieves del invierno. Me subí a uno de aquellos frondosos
árboles que el calor del estío no fue capaz de desnudar, mientras mi amigo, aún
con rostro serio, me esperaba sentado en la fina arena que me protegió del
porrazo que me di al resbalar desde la rama donde imitaba ser un pájaro.
De pronto volvió a sonar aquella
campana, que en este momento se me antojaba maldita: la hora de volver a clase
había llegado.
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